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Ángel de la Independencia

El Ángel de la Independencia fue construido por Antonio Rivas Mercado en vísperas del primer centenario del Grito de Dolores de 1810 por orden del presidente Porfirio Díaz.

El Ángel de la Independencia fue construido por Antonio Rivas Mercado en vísperas del primer centenario del Grito de Dolores de 1810 por orden del presidente Porfirio Díaz. El dictador, como líder político-militar arquetípico del siglo XIX, estaba obsesionado con la proyección imperial del poder. Por ende, aquel majestuoso monumento de la Victoria Alada cubierto de oro que congregaba los restos de los próceres de la patria sería el símbolo supremo de su poderío. Los glamorosos festejos del centenario reunieron a gente poderosa tanto nacional como internacional. El fin último era mandar un mensaje al mundo: México se encaminaba al futuro.

Claro, el régimen porfirista, al igual que el Ángel, era una simple fachada. Detrás yacía un país agrario, corrupto, desigual, esclavizado y oprimido. Poco después del centenario comenzó la Revolución mexicana. Cayó el porfiriato, el Ángel ha permanecido erecto hasta nuestros tiempos.

Tras las protestas del fin de semana pasado, el público quedó dividido. Por un lado, esperemos que una mayoría haya adquirido mayor conciencia del infierno que es ser mujer en México. Por otro lado, algunos expresaron su rabia por las condiciones en las que quedó el Ángel.

Por supuesto, me gustaría ver el Ángel en condiciones pulcras todo el tiempo. Pero, me gustaría mucho más vivir en un país donde las mujeres no temen por sus vidas. No somos Sudán ni Somalia donde las mujeres son ciudadanas de segunda y son sentenciadas a muerte por lapidación. Pero, sí somos un país donde 3,663 mujeres fueron asesinadas en 2018 (Inegi). Un país donde no sabemos si tu mamá, tu hermana, tu esposa o tu hija regresará a casa sin ser acosada, abusada o violada. Un país donde nuestras instituciones policiales y judiciales directa o indirectamente niegan acceso a la justicia a las mujeres con su impunidad, insensibilidad y corrupción. Una sociedad que sigue atribuyéndole a la mujer la culpa por un crimen que un hombre cometió.

Año tras año, el Estado mexicano aprueba leyes, hace campañas, pronuncia discursos, organiza simposios, crea fiscalías especializadas, etc. para combatir la violencia contra la mujer. Todo para nada. El Estado y sociedad mexicana le han fallado tremendamente a la mujer mexicana. Ser mujer en México es un auténtico infierno.

El Ángel en unas semanas quedará como nuevo. Los turistas podrán tomarse sus fotos. Las quinceañeras posarán junto con sus chambelanes para el retrato memorable. Todo habrá vuelto a la “normalidad”. Por normalidad también entiéndase la continuidad del calvario de la mujer mexicana.

Como hombre, no me queda más que solidarizarme con la lucha femenina. Estoy plenamente consciente de los privilegios que gozo en este país tan desigual. Sin embargo, lo que sí puedo hacer es exhortar tanto a hombres y mujeres para que se sigan politizando y radicalizando. Tomemos las calles. Tomemos las instituciones. Tomemos el destino en nuestras manos. El Ángel es una fachada del eternamente podrido régimen político. Redefinámoslo para que sea nuestro monumento de batalla y que represente lo mejor que tiene este país y a quien le debemos todo: la mujer mexicana.

* El autor es abogado y estudiante del programa Atlantis en Syracuse University/Hertie School of Governance.

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