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Adolfo Velasco: Cantor nacionalista, maestro mexicalense

Baja California es un ámbito donde domina la confianza absoluta en la modernidad y en el progreso, donde se otorga un alto valor al trabajo físico.

Baja California es un ámbito donde domina la confianza absoluta en la modernidad y en el progreso, donde se otorga un alto valor al trabajo físico –al fin tierra de pioneros, de hombres hechos a sí mismos– sobre el trabajo intelectual o creativo, ya que a éste último se le considera un aspecto secundario, prescindible, de la realidad social; un ámbito donde lo artístico sólo es útil como una forma de pregonar los valores positivos de esta misma sociedad. La ambición mayor de los profesores pioneros de nuestra entidad, de esos que se vuelven periodistas y literatos en la primera mitad del siglo XX, es realizar un arte edificante, bien pensante y virtuoso, capaz de ensalzar los atributos de la moral prevaleciente con el santoral nacionalista del Estado mexicano.

En tal escenario, los profesores bajacalifornianos hacen una poesía modesta en sus pretensiones y logros, pero siempre fiel a sus propios valores éticos y estéticos, deudores tanto de las formas clásicas como de las populares de versificación, donde se ensalza el amor por la patria como los hechos históricos más conocidos del santoral laico mexicano, ya sea el canto a los héroes de la independencia nacional como a los caudillos de la Revolución Mexicana. Se trata de que a través del verso aprendido de memoria se logre contar la historia del país en sus momentos estelares, en sus batallas y personajes más reconocidos. La poesía suena, en la Baja California de esos años, como una forma de recordarle a la sociedad los mejores aspectos de ser mexicanos.

La mayor parte de los profesores de entonces son declamadores habituales, pero algunos también son creadores, como el profesor Adolfo Velasco, oriundo de Oaxaca, quien llegó a Baja California en la segunda década del siglo XX. Nacido a fines de la centuria anterior, fungió, desde su llegada al Distrito Norte en 1913, como secretario del famoso maestro Matías Gómez, con quien realizó un extenso viaje por las principales comunidades para establecer qué condiciones educativas había entonces y cómo poder mejorarlas. Más tarde fue, en los años veinte, secretario de la Dirección General de Instrucción Pública, también a las órdenes de Matías Gómez. Peritus lo recordaba como un “joven responsable y modesto” que participaba continuamente “en los actos cívicos con ejemplar brillantez y austeridad”. Fue, en todo caso, tanto un maestro como un periodista que escribía, bajo el seudónimo de Rolando de Lara, en los periódicos locales. Su poesía era leída con interés por la exigua comunidad cultural de los años veinte.

En 924 ganó un certamen literario en el aniversario de la Constitución de 1917 con el poema “Elegía”.

Velasco, además, es un promotor de actividades culturales para la niñez bajacaliforniana, un adepto a educar al pueblo para que no termine siendo presa de los vicios que proliferan a su alrededor. Su poema ganador lo dice todo acerca del clima nacionalista que enarbolaban muchos de los maestros del Distrito Norte. Y es que no hay que olvidar que la educación de este periodo tan rico en acontecimientos y en edificación de una infraestructura escolar en todo el Distrito Norte, hubo algo más que artesanías y justas deportivas. Rodríguez también impulsó una visión revolucionaria en su apertura al mundo moderno, en su aceptación del progreso en el ámbito educativo. Los programas escolares se diversifican en actividades culturales, artísticas y deportivas. Y esto va a seguir en la década de los años treinta del siglo XX. Lo podemos ver en el Reglamento general de Educación (1933) del gobierno del Territorio Norte de la Baja California, donde se establece que dentro del programa general de las escuelas nocturnas
para adultos, junto con la Lengua Nacional, el Canto y orfeones, se impartirá la enseñanza del dibujo de aplicación a las artes y a la industria.

Esto es el advenimiento de una nueva visión educativa que quiere ciudadanos que no sólo sirvan para el trabajo sino que encaucen sus impulsos creativos para ofrecerle a la Revolución Mexicana sus cantos, sus poemas, su música, sus danzas. Es la aparición del nacionalismo revolucionario que mucho toma del nacionalismo liberal del porfiriato, pero que asume el progreso no como una simple eficacia administrativa y productiva sino como un programa de justicia social, donde la educación, como Adolfo Velasco y sus colegas profesores la concebían, reclamaba el cambio de régimen sin perder el amor por la patria, desarrollaban el estudio de lo propio sin dar la espalda a lo universal.
*El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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