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AMLO, un año después

A punto de cumplirse el primer año de la presidencia de Andrés Manuel López Obrador, ya hay bastantes elementos para hacer un balance más objetivo de su gobierno.

A punto de cumplirse el primer año de la presidencia de Andrés Manuel López Obrador, ya hay bastantes elementos para hacer un balance más objetivo de su gobierno. Desde mi enfoque, López Obrador ha desperdiciado el enorme capital político con el que llega a la presidencia del país, y con el que había podido introducir desde el primer día un conjunto de cambios de gran alcance. Pero esto no ha sucedido.

Nadie duda de que el diagnóstico que hace AMLO de los principales problemas de México es el correcto al señalar la pobreza y la desigualdad social, la inseguridad y la violencia, la corrupción en los gobiernos y, un aspecto que para él ha sido central, los privilegios y el derroche de recursos en las instituciones y la burocracia federal.

Las diferencias con López Obrador no están en estos objetivos, sino principalmente en sus métodos, en su estilo rasposo de gobernar y en los mecanismos que ha puesto en marcha para conseguirlos. Cuando creíamos que el país avanzaba hacia una vida más democrática, con sus equilibrios y distribución del poder, surge un presidente que busca ponerse por “encima de todo” y de todos, cuya voz es la única que debe escucharse y acatarse, como en los tiempos porfiristas.

Una metáfora que ya se ha usado para otros gobiernos se puede utilizar muy bien aquí: AMLO llega y golpea al panal cuando justamente las abejas están más enfurecidas o asustadas, es decir cuando la mayoría de los mexicanos, al margen de afiliaciones políticas, lo que más esperan es un cambio de fondo que se traduzca en mejores condiciones de vida.

Una forma de golpear el panal es la descalificación a la que ha recurrido López Obrador contra sus supuestos enemigos. Nadie ha escapado, o sólo algunos. Desde su tribuna, ha descalificado a sus adversarios desde luego, pero también a los periodistas, a algunos medios de comunicación, a los intelectuales, a los académicos, a algunos empresarios, a algunas instituciones, a los otros poderes, a la sociedad civil, a algunos organismos internacionales, a las calificadoras financieras y un larguísimo etcétera. Son muy pocos los que no han sido pasados por las armas.

Todos los días, desde las conferencias mañaneras, AMLO estigmatiza a sus adversarios políticos y a todo aquel individuo o grupo que enderece una crítica contra él y su gobierno. Su discurso es polarizador y con evidentes repercusiones transversales en todos los estratos sociales, permitiendo que surjan o se reactiven las peores excrecencias de nuestra sociedad como son el clasismo, el racismo y el odio como actitud política, así como la división que nos ha caracterizado en algunas etapas históricas de nuestro país.

¿Era necesario dividir de esta forma al país para gobernar o, planteado de otro modo, para crear una especie de una “hegemonía popular”, excluyendo a los sectores más ricos o más retardatarios que se oponen a los cambios en el país? No lo creo. Siguiendo a Gramsci, una hegemonía (cultural) se construye, no se impone por la fuerza o a través de excluir a los grupos o a los individuos que no piensan igual que nosotros.

A este estilo “confrontativo” que tiene AMLO, que en lugar de pacificar o de crear acuerdos, divide y polariza, hay que añadir su peculiar enfoque sobre los problemas sociales y políticos del país. Aquí una breve lista: si la economía necesita crecer (más ahora que está a punto de entrar en recesión), Amlo lo minimiza y dice que ese no es el objetivo de su gobierno.

Si se necesita construir una sociedad más justa e igualitaria, con una mejor distribución de la riqueza, con proyectos de gran envergadura y nuevas políticas redistributivas, Amlo decide darle directamente dinero a los más pobres y necesitados. Si se necesita definir una nueva estrategia contra el crimen organizado, Amlo ofrece “abrazos, no balazos”. Si el país requiere una sociedad civil fuerte y diversificada, Amlo desbarata a sus organizaciones.

Si el país necesita un conjunto de instituciones como expresión de la democracia y como contrapesos del poder presidencial, Amlo intenta despojarlas de ese carácter o, peor aún, intenta capturarlas y hacerlas proclives a él o a la figura presidencial, como parecen ser los casos de la SCJN, el TEPJF, el INE, el INAI y el más reciente como el de la CNDH, cuya titular no cumple los requisitos para ese cargo.

La lista es muy larga, pero me detengo en un aspecto que sus seguidores utilizan para justificar todas las políticas de AMLO: la de ser el único gobierno que está ayudando más a los pobres, como si hubiera una correlación directa entre hacer esto y construir un gobierno autoritario o un presidente que busca colocarse por encima de toda la sociedad.

La conclusión es que AMLO tiene una visión parecida a una camisa de fuerza, y a la que busca ajustar la realidad del país, que es otra, diferente, compleja y que, todo indica, no va a ser fácil meterla en un molde tan pequeño como el de López Obrador. Pero el proceso no va a estar exento de violencia política…

*El autor es analista político

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