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AMLO: A mitad del camino

“Podría dejar –dijo- hoy mismo la presidencia sin sentirme mal en mi conciencia”. Una frase que suena no a estar a la mitad, sino al final de su gobierno.

El presidente Andrés Manuel López Obrador llegó a su tercer año de gobierno y presentó
un informe optimista y pleno de logros, pero con una frase desconcertante: “Podría dejar
–dijo- hoy mismo la presidencia sin sentirme mal en mi conciencia”. Una frase que suena
no a estar a la mitad, sino al final de su gobierno.
Sin embargo, las cosas son un poco distintas a la narrativa del presidente. Si hacemos una
evaluación más rigurosa de estos tres años se puede observar que, por lo menos hasta
ahora, son muy pocos los frutos que se han alcanzado. Sobre todo si partimos de las
expectativas creadas y del carácter de “parteaguas” que se le ha querido imprimir a su
gobierno.
En un recuento rápido se puede anotar lo siguiente. El presidente López Obrador ha
dedicado tres años a “desmontar” o desmantelar lo que desde su perspectiva hicieron los
gobiernos neoliberales, especialmente en cuanto al aparato de gobierno, o mejor dicho, en
cuanto al concepto de gobierno. AMLO ha “talado” todo el bosque neoliberal.
Luego, en segundo lugar, buena parte de su tiempo en estos tres años los ha dedicado a
una férrea batalla ideológica y política en contra de los neoliberales, los conservadores,
contra algunos medios de comunicación, contra los “intelectuales orgánicos” del poder,
contra la oligarquía, las clases medias y contra todo aquel que se oponga o disienta de sus
visiones o propósitos.
Lo ha hecho porque es una parte esencial de su proyecto. Para AMLO no se trataba sólo
de ganar la presidencia y promover otro proyecto, sino de manera primordial extirpar el
neoliberalismo y, sobre todo, ganar la lucha ideológica contra esa corriente de
pensamiento.
No es casual toda la parafernalia que ha construido para llevar a cabo esta tarea: desde las
conferencias mañaneras hasta el control absoluto de la agenda, la falta de libertad y de
autonomía de sus funcionarios de gobierno, la enorme centralización del poder en la
presidencia. Un gabinete como tablero de ajedrez, con un rey y muchos peones y en
donde sólo el presidente habla.

Su labor ha sido intensa, sin tregua y sin descanso, día y noche, como si se enfrentara a
una multitud de enemigos invisibles. Sus triunfos o sus logros no radican en otros
aspectos como podrían ser el crecimiento de la economía, la reducción de la pobreza, la
erradicación de la violencia, etcétera.
No. El proyecto de cambio de AMLO no está en las grandes transformaciones en
términos de estos rubros, sino en extirpar de raíz todo lo que implique o esté asociado al
neoliberalismo, que en este caso significa oligarquía, grupos de poder económico y
político que han gobernado al país desde finales de los ochenta.
El cambio que busca López Obrador es una nueva correlación de poder. Lo demás es
hasta cierto punto irrelevante. El gran problema con esta visión y este objetivo es que un
cambio de esta naturaleza no se puede lograr en tres o en seis años, pero tampoco a través
de un enfrentamiento radical con la oligarquía nacional o contra sus supuestos aliados,
por más voluntad o voluntarismo que haya.
El modelo de AMLO no es el de una revolución, aunque él lo crea. Su modelo o su
referencia para promover estos cambios es el régimen que se impuso en México después
de la revolución mexicana, pero en especial después de Lázaro Cárdenas cuyo estilo de
gobierno llegó de algún modo hasta el gobierno de Echeverría y López Portillo.
La característica del viejo régimen, en el que AMLO se inspira, pero que no puede decir
con todas sus palabras, es este donde el poder de las oligarquías o de los grupos
económicos todopoderosos estaba atemperado o controlado, y había un partido mediador
en el poder que era el PRI, que jugaba el papel de intermediario entre el poder político y
el pueblo.
La oligarquía estaba sometida a este poder, aunque influían en el gobierno, pero no
establecía las directrices del gobierno ni las políticas públicas, como sí sucedió con la
llegada de los gobiernos neoliberales, tanto del PRI como del PAN. Y, como elemento
clave, el gobierno, a través de su partido (oficial), controlaba y organizaba al pueblo.
Este es el modelo que sigue AMLO, en el que es vital despojar de su poder a las
oligarquías representadas por los grandes empresarios, algunos medios de comunicación,
algunos intelectuales, más los sectores “aspiracionistas”, ganar la batalla ideológica frente
a ellos y, sobre todo, “recuperar” al pueblo, un pueblo que siempre necesita ser salvado
por alguien.

¿Amlo está ganado esta batalla? Parece que no.

*-El autor es analista político

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