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Termómetro mental

Hubo hace unos días una pelea interesante entre una crítica de arte, Avelina Lésper, y un grupo de conocidos grafiteros. Ella es muy inteligente y culta, sin embargo no me gusta su curaduría para las colecciones televisivas, sus comentarios suelen ser superiores a la obra mexicana que presenta, pero si solamente hay limones, hay que hacer limonada. Hay un diseñador gráfico, Banksy, que anónimamente y en unos minutos hace un grafiti con mensajes sociales. No tiene mérito estético, sin embargo él y dos o tres grafiteros más, obtienen ganancias indirectamente por la obra que se hizo sin permiso del dueño del muro. Los dueños del muro llegan a vender por decenas de millones de pesos la obra. El grafiti se trata de una expresión netamente callejera, en una superficie lisa forzosamente a la vista de los demás, está más cerca del marcaje de territorio canino que del arte, no dice nada a la mayoría. El autor sabe que son solamente un puñado de conocidos quienes identificarán sus iniciales sofisticadas, pero goza de lo prohibido. Unas pocas letras, desde minimalistas hasta barrocas, pero todas feas. La posición de Avelina Lésper es de crítica a los gobiernos que estimulan al grafitero dándole una pared y pintura spray, argumentando que alientan el arte y respetan la libertad de expresión. Antes era sagrado lo que se ponía en un muro; primero con un sentido mágico en su expresión primitiva, después religioso, luego político y comercial. Existe el llamado “street art”, mediante el cual los gobiernos nos quieren alegrar la vista con horrendos murales que encargan a artistas de poca monta. Solamente agreden el sentido artístico del arquitecto o el funcional del ingeniero, las superficies y bardas suelen acabar forradas de iniciales grafiteras. Un mural en vía pública debería ser una actividad muy excepcional y única para los artistas consagrados. El mundo no era así, ahora podemos ir hasta Katmandú y encontraremos grafitis. Antes a lo más que se llegaba era dejar marcado un pupitre, un árbol o una pared, como forma de expresar un “yo estuve aquí”. El grafiti originalmente era una expresión de ira contra el sistema, una transgresión en medio de un movimiento social. Ahora es una simple expresión de territorialidad pandilleril afectando a quienes se topan con sus grafitis, sobre todo moralmente a los menores de edad. No hay que confundir la censura, la represión a la libertad de expresión, con la afectación a un legítimo reclamo de la mayoría como necesidad estética del paisaje cotidiano. Hoy en día se califica a los actos vandálicos callejeros cómo anarquistas, es un error. El anarquismo es una propuesta social muy interesante. * El autor es siquiatra y ejerce en Tijuana.

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