Termómetro mental
Nuestra determinación genética es relativa, pero dominante. Lo dominante es porque tenemos una serie de secuencias genéticas que se van a activar inevitablemente y otras que dependerá el que se expresen de lo que suceda en el medio ambiente. Hay muchos modelos patológicos que nos demuestran esto, como la diabetes mellitus, por ejemplo. Lo más comprometedor es que mucho de nuestra personalidad está determinada genéticamente. Tenemos una estructura básica de personalidad que es lo que nos hace tan diversos y casi únicos. Personalidades que pueden tener elementos narcisistas, obsesivos, dependientes, controladores, enojones y todas esas aristas que nos caracterizan. A donde me dirijo es a abordar el fenómeno que se llama epigenética, o la forma en que se relacionan nuestra carga genética y nuestras experiencias en la vida. Más específicamente me refiero a un tema poco trabajado pero fundamental, la epigenética de la violencia. La violencia es una carga inevitable que tiene la especie humana y comparte con los animales, es parte de la supervivencia de la especie. El humano, al estar civilizado por el uso del lenguaje, domestica su tendencia a la violencia. Salvo cuando se padece lo que se llama trastorno del control de los impulsos en donde como lo dice el nombre se dejan arrastrar por el impulso, muy frecuentemente hacia la violencia. Parece que si nos desinhibimos lo que aparece es la violencia, no tanto la bondad. El alcoholizado puede tener fácilmente momentos violentos, aunque sea verbalmente. La violencia forma parte esencial de nuestra cultura, desde la infancia todos hemos estado expuestos a caricaturas en donde la violencia es la parte central, máxime los varones. La violencia es una suma de los factores familiares, grupales y sociales en interacción con la combinación genética de cada individuo. En México padecemos de la carencia de “candados” sociales que previenen la pérdida del control de los impulsos violentos. No dejo de señalar eso que nos hace famosos en el mundo, la saña. Los descuartizados son el modelo más siniestro. Son demasiados, son de todos los días, una locura. Son el reflejo de la pérdida de control social de la violencia, algunos individuos serán más propensos que otros. Los hombres siempre son mayoría, pero el sometimiento y el contagio hace que cada día veamos más mujeres en las capturas de delincuentes, incluso, menores de edad. La corrupción y su violencia asociada, la falta de honestidad de un gran sector de nuestras policías, ministerio público y juzgados; hace irrefrenable tanta actividad delictiva y violenta. Es el principal candado que nos falla, su corrección es una condición necesaria, mas no suficiente, para detener el frenesí de violencia en el que vivimos los mexicanos. * El autor es siquiatra y ejerce en Tijuana.
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