Sueños de plata
Con el revuelo ocasionado en las redes sociales por el estreno de “La casa de las flores”, la nueva serie de Netflix dirigida por Manolo Caro, me ha resultado difícil resistir la tentación de verla. En esta ocasión el producto de Caro y compañía es de decepcionante manufactura y como ya es una costumbre en su filmografía, en su incansable intento por imitar las creaciones de su ídolo, está repleto de lugares comunes almodovarianos. El sentido del humor “camp” es algo que, o se tiene o no. En los mejores casos lo “camp” es involuntario, en otros, contados, es producto de una sensibilidad (generalmente gay) que puede rescatar los elementos altamente absurdos de las narrativas melodramáticas para convertirlos en delirante comedia. Los mejores exponentes del camp (intencional) en el cine han sido Andy Warhol/Paul Morrissey, John Waters, Russ Meyer y obviamente Almodóvar. Las telenovelas, por su artificiosa naturaleza, sus pésimas actuaciones y sus bajos valores de producción, son, involuntariamente, “camp”. El caso de “La casa de las flores”, una telenovela disfrazada de serie, es particular. La historia de una adinerada familia de Las Lomas y sus problemas de ricos son la base que utiliza Manolo Caro para ridiculizar a este mundo insular y a su inherente hipocresía. La forma en que aborda su “misión” es aderezando una básica premisa telenovelera con situaciones que a estas alturas ya podemos llamar clichés almodovarianos. Reciclando, de igual manera, escenarios vistos en series de mejor manufactura y con verdaderos resultados cómicos, la realidad es que “La casa de las flores” no cumple con su promesa. Así, tenemos relaciones homosexuales, bisexuales, señoras que fuman/venden mariguana, travestis, strippers, y a un transexual (obviamente interpretado por un español), como si todos estos elementos, mezclados entre sí, pudieran convertir mágicamente a un producto mediocre en algo divertido. La inclusión de Verónica Castro, como la matriarca de la familia De la Mora (dueños de la epónima florería), es la cereza en el, tan deseado, pastel “camp”, que no termina de cuajar. Y es que el problema radica en que, al parecer, los actores no se han percatado que son (o deberían ser) parte del chiste y por lo tanto trabajan en registros tan disímiles que no logran obtener un efecto cómico ni intencional, ni involuntario. La única excepción a esta regla está en la interpretación de Cecilia Suárez como Paulina, la hija mayor de la familia De la Mora, quien constantemente resuelve todos los problemas que surgen con la particular calma que le otorga su “enganche” al Tafil. Y es que de todos los personajes Paulina (Cecilia) es la única que tiene buen “timing” cómico y como resultado, las pocas risas existentes, siempre son de ella, en gran parte gracias a su particular afectación vocal, doblemente reconocible (y divertida) para todo aquel que ha convivido con personas bajo la misma receta médica. A todos los curiosos que aún no han sucumbido a la tentación, pueden gastar su tiempo (seis horas y media) de mejores formas, pero si quieren saciar su gusto por series, de familias chuscas en situaciones absurdas, la recomendación es que busquen las fuentes que, innegablemente, minó Caro, “Weeds”, “Arrested Development” y “Transparent”, solo por nombrar algunas. Fuera de Cecilia Suárez, lo mejor es pasar de las flores. El autor es editor y escritor en Sadhaka Studio.
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