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Sueños de plata

Continuando con sus requeridos estrenos veraniegos, Marvel hace girar su fábrica de cine pop para entregar en tiempo y forma el segundo episodio de las intrascendentes aventuras del Hombre Hormiga, en salas de todo el mundo. Diez años y 20 películas después de la primera producción del estudio (Iron Man, 2008), Marvel se ha convertido en una implacable máquina de éxitos, lo cual de ninguna manera es sinónimo de calidad, y eso es más que evidente en esta desechable cinta de Peyton Reed. Con la creación en serie de películas de superhéroes, la fórmula de Marvel se ha perfeccionado, si se le puede llamar así, y como en el caso de las franquicias de comida rápida y las multinacionales de comida chatarra, la receta es única e inamovible. Esta combinación de ingredientes en micrométricas y exactas porciones adicionadas con la precisa cantidad de azúcar y glutamato monosódico, convierte a consumidores casuales en clientes cautivos (literalmente adictos). Debido a la existencia de esta controlada marca, con estrictos parámetros y muy limitado (realmente nulo) espacio para variantes, la necesidad de directores es puramente funcional. Así, en este caso, Reed hace las veces de mero ensamblador de un producto en serie. Reciclando aún las innovadoras ideas que Edgar Wright puso en la mesa de Marvel, cuando inicialmente fue contratado para escribir y dirigir Ant Man en 2006, Reed no aporta nada nuevo al concepto. La mejor secuencia de acción de toda la cinta es un mero remedo del pietaje de prueba que realizó Wright en 2012 y que fue exhibido ante el público de Comic Con ese mismo año. A diferencia de Wright, Peyton Reed no se caracteriza por su destreza en orquestar ingeniosas secuencias, su trabajo no tiene estilo propio reconocible, su experiencia como director de comedia y sobre todo su larga trayectoria televisiva, convierte a Ant Man y Wasp en algo que se asemeja a un episodio de “sitcom” mucho más que a una superproducción de aventuras. Y como en un sitcom desangelado, obtenemos múltiples intentos de comedia fallidos dentro de una trama que trata de entretejer historias cotidianas de familia con intrigas de héroes y villanos. La inclusión de actores como Michael Douglas (Hank Pym) y Michelle Pfeiffer (Janet Van Dyne) se siente desperdiciada y su trabajo telegrafiado, como el simple trámite, para recibir un cheque, que es. La química entre los titulares héroes, interpretados por Paul Rudd y Evangeline Lilly es inexistente. Marvel Studios es el ejemplar modelo de éxito al que ha estado apostando Hollywood desde hace ya cuatro décadas, cuando surgió el concepto de blockbuster. Y es que a diferencia de todos los demás estudios, que tienen éxitos multimillonarios esporádicos, Marvel sí cuenta con el equivalente a la receta secreta de la Coca Cola. Claro que esto solo resulta positivo para aquellos consumidores que disfrutan de azucarados refrescos de cola, cuyos números, evidentemente, se cuentan en los cientos de millones. Se agradece que, a pesar de las estrictas reglas de marca en el interminable culebrón Marvel, por lo que pareciera ser la primera vez, no se repitió, de nueva cuenta, la trama del héroe contra su doppelgänger, y eso es lo mejor que se puede decir de estas olvidables dos horas dentro de la sala de cine. El autor es editor y escritor en Sadhaka Studio.

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