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Sueños de plata

A una semana de su estreno, la décima película en la serie de “La guerra de las galaxias” (Star Wars para los anglófilos) ha resultado ser una decepción en taquilla para el insaciable ratón. Lo que se proyectaba como otro éxito más para el imperio Disney solo ha obtenido una tibia respuesta. ¿Sucedió lo inesperado? ¿Llegó el público a su punto de saturación? Y es que en solo tres años esta es la cuarta entrega de la saga intergaláctica, que en los anteriores 38 años solo había producido 6 películas. La cinta no es tan mala, en realidad es mejor que muchas otras en la serie pero los problemas durante su producción tampoco ayudaron a darle buena publicidad. Originalmente se contrató a la dupla de Phil Lord y Chris Miller, sin duda por su excelente uso cómico del personaje de Solo en “La gran aventura Lego” (2014), pero en una jugada ya típica de Disney (y de Hollywood en general), fueron despedidos por hacer justamente para lo que se les contrató (tal como sucedió con Edgar Wright en “Ant-Man”). La regla de los estudios es “haz lo que haces, pero hazlo a nuestra manera”. Ante la salida de Lord y Miller, Kathleen Kennedy (mandamás en Lucasfilm) con la fecha de estreno encima, jaló al artesano “sacachambas” Ron Howard para terminar el encargo. El resultado es un producto meramente aceptable que cumple con su misión, entretenimiento para niños de todas las edades. Si bien durante los primeros minutos de la cinta se tocan importantes temas políticos, como la restricción migratoria, la corrupción burocrática, la oferta de una mejor vida en el ejército y la invasión de tierras (planetas) para la explotación de sus recursos, todos estos pasan prácticamente desapercibidos. Se podría afirmar, sin temor a equivocación, que se trata de resquicios de las aportaciones de Lord y Miller, que de haber continuado al mando habrían desarrollado a profundidad. Pero, paradójicamente, en una saga que trata precisamente sobre un imperio que oprime y aplasta a todos los que le oponen resistencia, esos temas no son de interés ni para Ron Howard ni mucho menos para el ratón imperialista. El intento de reemplazar efectivamente a Harrison Ford con Alden Ehrenreich en el papel de Han Solo es, probablemente, lo que el público no se tragó, a pesar de que Ehrenreich hizo lo mejor que pudo para imitar a Ford. Al final del día “Solo” es un western en el espacio, que utiliza todos los elementos del género, robo al tren, partida de naipes, forajidos, bandoleros, revoluciones y duelos al sol, sin intentar ir más lejos. Uno de sus mejores momentos es un inesperado homenaje a “Volver al futuro” (1985) en que la única forma de escapar de un aprieto al navegar por la galaxia es inyectar un supercombustible al reactor de fusión del “Halcón Milenario” (legendaria nave de Solo). La secuencia en cuestión (probable aportación de Lord y Miller), es una recreación exacta del clímax de la cinta de Zemeckis. Indudablemente el público de Star Wars sigue estando conformado por hombres cuarentones obsesionados con la recreación de sus gustos infantiles al pie de la letra. “Solo” les sirve lo que estaban esperando y promete seguir proporcionándoselos indefinidamente. Pero quizás ya va siendo hora de crecer. El autor es editor y escritor en Sadhaka Studio.

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