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Sueños de plata

Después de haber sido nominado al Oscar en la categoría de mejor película extranjera de 2015 con “Leviatán”, el director ruso Andrey Zvyagintsev, apoyado de nueva cuenta por Oleg Negin (co guionista), repitió la hazaña en el 2018 con una de las más punzantes cintas del año.

La cámara de Mikhail Krichman abre la película con gélidos y desolados paisajes rusos que anticipan un viaje hacia el interior de almas resquebrajadas.

Alyosha (Matvey Novikov), de 12 años, sale de la escuela y se despide de su único amigo. Camino a casa juega con una tira de plástico que lanza hacia la rama de un árbol, donde queda atrapada. Ya en casa, mientras se asoma por la ventana esperanzadoramente, su madre Zhenya (Maryana Spivak) muestra el departamento a potenciales compradores en vísperas del divorcio de su padre, Boris (Aleksy Rozin). Cada uno tiene pareja nueva y ambos están ansiosos por poder desvincularse uno del otro.

Por la noche, sin levantar la vista de su celular Zhenya discute con Boris sobre lo que harán con su hijo. Ninguno de los dos está dispuesto a hacerse cargo de él. Un internado y eventualmente el ejército, son las opciones. La conversación rápidamente sube de tono. La acidez y el nivel de animadversión entre ellos son trágicos. A gritos Zhenya expresa que su embarazo fue un error y que nunca debió haber tenido al niño, “yo también seguiré adelante, no destruiré mi vida por ello”.

Alyosha, detrás de una puerta, escucha todo y llora en silencio, inconsolablemente.

Con precisión quirúrgica e impresionante economía visual, Zvyagintsev y Krichman (director de fotografía) plasman el día a día de los padres de Alyosha, quienes se ocupan de su felicidad, sin pensar en su hijo un solo instante. En largos plano secuencias se presentan las relaciones de ambos, mientras hacen el amor y hablan del pasado y posible futuro con sus nuevas parejas, enmarcados por las noches blancas y el constante cielo gris de Rusia.

Pasan dos días antes de que cualquiera sus padres se entere de la desaparición de Alyosha. La escuela pregunta por qué no se ha presentado y una frenética búsqueda da inicio.

Zvyagintsev pone en evidencia un tema relevante y universal que infortunadamente se encuentra presente a nuestro alrededor en todo momento. El título no se refiere en realidad a ese niño no deseado, que nunca recibió amor de sus padres, sino a la sociedad que ha gestado a personas incapaces de amarse a sí mismas y por ende a nadie más.

Es particularmente revelador el momento en que Zhenya, en busca de Alyosha, visita a su madre, quien la recibe con insultos y humillaciones, haciendo eco su propio maltrato a su hijo. Más tarde le confiesa a Boris que nunca lo amó, que lo único que buscaba era escapar de su madre, “ambos nos usamos… me embaracé por estúpida”.

La respuesta a la pregunta ¿Cómo es que tanto amor puede llevar a tanta decepción? puede ser encontrada en la larga cadena de desamor que se transmite de generación en generación. Personas hechas pedazos por sus propios padres que se intentan completar con alguien… igualmente roto.

Entumecidos por la vida, repitiendo el patrón. Desalmados cadáveres en abandonados parajes. Único rastro de su existencia, la tira de plástico a mitad el bosque.

El autor es editor y escritor en Sadhaka Studio.Lunes 23

Abril 2018

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