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Sueños de plata

Con una impresionante vista de las cataratas de Iguazú, en la mente de Orlando (Francisco Reyes) mientras recibe un masaje en el sauna, abre el quinto largometraje del chileno Sebastián Lelio, una paradójica imagen de furiosa calma que presagia lo que vendrá. Orlando encuentra a su pareja, Marina (Daniel Vega), cantando salsa en un club nocturno, para salir a celebrarle su cumpleaños. En unos cuantos minutos Lelio logra comunicar el intenso amor que existe entre esta aparentemente dispar relación. Él, un serio empresario de edad media. Ella, una joven trans de clase trabajadora. Solo un baile basta para borrar las diferencias superficiales y expresar lo que sus almas sienten. Esa noche Orlando despierta con un malestar que, a pesar de la premura de Marina por llegar al hospital, culmina en su muerte por un aneurisma. Asomándose angustiada por la ventanilla de la sala de urgencias su vida se desploma. Instantes después la pesadilla apenas comienza. Marina es sujeta al escrutinio de las autoridades, instantáneamente criminalizada simplemente por ser. Tal como hizo en “Gloria” (2013), que presenta a una mujer etiquetada por la sociedad (en ese caso por su edad), Lelio, de nueva cuenta junto a Gonzalo Maza (co escritor de ambas), presenta a una mujer fuerte que tiene que enfrentarse a enraizados prejuicios sociales y culturales. Sola y ante este escenario, la única reacción instintiva de Marina es huir. Huir hacia la madrugada de un Santiago desolado y hostil donde inmediatamente es señalada como individuo sospechoso (acentuando el masculino que aún aparece en su cédula de identidad) por las autoridades. Esta realidad, a la que se enfrenta día con día todo un sector de la población en Latinoamérica, es lo que Lelio retrata a través de los expresivos ojos de Marina. Aquello que va más allá de simple estigma, la diversidad sexual que sigue viéndose, por esa gran mayoría que se cree “normal”, como algo aterrador y desagradable. El entumecimiento de Marina ante la agresividad recibida a manos de la familia de Orlando es la única respuesta posible. El asco de Sonia (Aline Küpenheim), la ex esposa; la violenta homofobia de Bruno (Nicolás Saavedra), el hijo; son reacciones que no solo ponen al descubierto el interior de los personajes sino el de una sociedad torcida que es capaz de gestar esos sentimientos. Sometida a insultos y humillaciones, juicios e inspecciones médicas, Marina busca el bálsamo de la música. Su maestro de canto, cita a San Francisco, “Hazme un instrumento de tu amor, un canal de tu paz”, y la acompaña en el piano, interpretando el sentir de su alma, “Sposa son disprezzata” (Geminiano Giacomelli, 1734) cuya letra se traduce, “Soy una esposa despreciada, fiel y ultrajada…”. Utilizando una fotografía e iluminación expresionista para crear instantes de realismo mágico (musical) y apoyándose en un inmenso talento actoral y vocal, Lelio y Daniela Vega brindan vida y sentimiento, voz y sensación a algo tan sencillo, tan complicado y tan universal como el amor, y el derecho a vivirlo libremente. “Ombra mai fu di vegetabile, cara ed amabile, soave piu.” (Nunca fue la sombra de una planta, más querida y amable) –George Frideric Händel. El autor es editor y escritor en Sadhaka Studio

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