Quietud en movimiento
Andrés Manuel no es ni ha sido hombre de leyes. Para ser justo con el presidente electo, nuestra clase política no está conformada en lo general por hombres y mujeres de leyes. No existe un compromiso y responsabilidad de acatar y hacer valer nuestras leyes. Las normas jurídicas mexicanas no son ni han sido obstáculo para que nuestros políticos logren perpetrar sus peores fechorías y mezquindades. Las altísimas tasas de impunidad evidencian que generalmente pueden salirse con la suya. Desdeñar la ley es una cosa, pretender sustituir el ordenamiento jurídico vigente por uno propio es completamente otra. El historial de López Obrador contiene ambos supuestos. La decisión de intentar desaforarlo en 2004 fue una decisión autoritaria e irresponsable pero lo que sí hubo fue una violación a una orden judicial por parte del gobierno de López Obrador. En el caso reciente de la #ConsultaNAIM, existe una ley que regula las consultas populares, pero esto no fue impedimento para que el presidente electo convocara a una consulta extralegal para orientarlo en una decisión de enorme magnitud que finalmente le corresponde exclusivamente a él. Otro caso es el de la Constitución Moral que busca establecer “valores, culturales, morales y espirituales”. Nada más condenable que pretender entrometerse en asuntos individuales como la moral en un Estado laico. Estos precedentes nos indican que, a pesar del pragmatismo que a veces muestra el tabasqueño, podría ser el modus operandi durante su sexenio. Es su estilo de gobernar. Como bien puede resultar ventajoso para su gobierno dado el carácter adusto y barroco de nuestro ordenamiento jurídico y nuestro déficit democrático, también puede envenenar la débil vida constitucional, legal e institucional de nuestro país. Lo anterior no es un fenómeno exclusivo en México es una tendencia que se propaga por el resto del mundo, incluyendo democracias maduras como Estados Unidos o Reino Unido y democracias frágiles como Hungría o Turquía. El escritor indoamericano Fareed Zakaria lo ha denominado como el fenómeno de las democracias no liberales (illiberal democracies en inglés) en donde en una apariencia de legitimidad democrática se toman una serie de decisiones que atropellan la vida legal e institucional de un Estado. Dicha legitimidad puede provenir de las urnas (caso mexicano con AMLO), por razones de “seguridad nacional” (caso turco con Recep Ergodan) o por ser “custodios” de una raza/credo/nacionalidad (caso húngaro con Viktor Orbán y hasta cierto punto el caso americano con Donald Trump). El común denominador es que todos ganaron por la vía electoral y precisamente por eso se sienten legitimados para tomar cualquier tipo de decisión sin necesidad de ajustarse al marco legal preestablecido. Los pesos y contrapesos institucionales estadounidenses han sido los principales opositores de los anhelos destructivos del presidente Trump. En Hungría y Turquía, la influencia internacional ha expresado su inconformidad, pero ha sido insuficiente. El caso mexicano aún no se cristaliza, pero hay indicios a priori que ciertas prácticas de democracias no liberales podrían ser una ruta probable del próximo gobierno. En gran parte de América Latina y México, el caudillo y no el hombre de leyes sigue dominado… ahora con legitimidad democrática. *El autor es abogado egresado de la Universidad Panamericana.
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