Postigo
Nada tiene de casual ni espontáneo el desplazamiento que miles de nómadas iniciaron desde sus correspondientes territorios (Honduras, Salvador, Guatemala) hasta traspasar la frontera Sur de México los que, según la determinación de los peregrinos, no pararán hasta establecerse sobre “la tierra prometida, quedarse en el país de las oportunidades, encontrarse en el mundo libre” en cuanto deseos humanos sistemáticamente impedidos, generación tras generación, en su propia patria por cuenta de oligarquías criollas que aliadas a rapaces trasnacionales mantienen postrado al pueblo a través del terror, el despojo y la privación de los mínimos satisfactores necesarios para subsistir: trabajo, servicios, escuelas, democracia. Sin negar el maldito legado del colonialismo español-eclesiástico dejado sobre el territorio y pueblos originarios latinoamericanos, justo es señalar el control y saqueo que de tiempo temprano el imperio estadounidense impuso en nuestro continente y sus riquezas mineras, energéticas, agrícolas, ganaderas, etcétera, pues si alguien acumuló condiciones óptimas para experimentar, justificar y comprobar la validez de la expansión capitalista gringa fue, sin duda, la geografía física y humana situada entre el Río Bravo y Tierra del Fuego donde las peores pulgas se clavaron, precisamente, sobre el suelo centroamericano tan pobres y olvidados que Atahualpa condolido escribió… “Dios, por aquí, no pasó”. Siglos de privaciones tatuadas en los sentimientos de mayorías acosadas por fuerzas represivas mantenedoras del poder usurpado por grandes comerciantes, terratenientes y usureros financieros dueños absolutos de vidas, creencias y haciendas que armónicamente comparten con monopolios foráneos o prestanombres siempre dispuestos a sofocar cualquier inconformidad social a través de cuerpos policiacos, militares o grupos mercenarios que asesorados y adiestrados por terroristas de la CIA retratan el cautiverio de quienes, en base al destino manifiesto oligarca, nacieron para someterse y callar en justa equivalencia a la casta de generales golpistas, gobernantes de paja y clase política postrada a las botas de Washington. En este éxodo experimentado por familias de la ciudad y el campo se refleja lo que por centurias los obligó a ser desplazados, a tener que vivir deambulando porque los represores los expulsaron de su hábitat en aras de expropiar la tierra y los recursos valiosos allí guardados. Atrocidades de la dimensión registrada en Guatemala cuya ferocidad lo allanó todo en complacencia, ser y pensar de gobernantes gorilas sacrificadores de pacíficos defensores del sagrado bosque, agua y suelo que cuando no les costó la vida lo pagaron con el destierro. Dolorosa vía transitada por una cruenta guerra civil salvadoreña remarcada con hierro candente que, a pesar de los miles de muertos, se sumergió en la desigualdad social y en más de lo mismo. Lo antes bosquejado para no invocar a la hundida Honduras que, junto al resto, son prototipo de la desesperanza de quienes por millones han labrado una histórica mudanza interna que hoy aligera pasos hacia territorio yanqui (pero) configurada por una muchedumbre que agitada, aunque ideológicamente inconsciente, amenaza pasarle la factura a las hordas neoliberales de dentro y fuera de su terruño. Espíritus, fantasmas que van y vienen… * El autor es diplomado en Periodismo por la UABC.
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