Mirador
Con la puntualidad que su instinto les impone han llegado a mi huerto las palomas de ala blanca. Leves criaturas son estas criaturas. Podrían posarse en el aire y el aire no sentiría su peso. Cuando echan a volar lo hacen con música, y el blancor de sus plumas se confunde con el de las nubes pasajeras. Alguna vez miré a cazadores que disparaban sus escopetas, sin apuntar siquiera, a las bandadas de esas avecillas. Lo hacían sólo por el placer de matar; por el infame gozo de hacerlas caer heridas y sangrantes. Aquí nadie las asesina. Aquí todas las pequeñas criaturas son sagradas, igual los niños y las niñas que la paloma, la ardilla y el conejo, la liebre y la tortuga, el gorrión. Bienvenidas, palomas. Sean para ustedes el grano de trigo y la gotita de agua clara. No sé si el próximo año las veré, pero en este momento las estoy mirando, y veo en ustedes un santo espíritu: el espíritu santo de la vida. ¡Hasta mañana!...
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