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Mirador

Me habría gustado conocer a este señor don Timoteo. Se vio forzado a asistir –su esposa lo llevó– a una asamblea religiosa presidida por el pastor de una de tantas sectas recién llegadas a su pueblo. Don Timoteo quedó en primera fila, y el predicador lo tomó como destinatario personal de su estentórea perorata. –¡Con tus pecados le diste la cruz a nuestro Redentor! –le gritó casi en la cara–. ¡Con tus pecados le diste la corona de espinas que hizo sangrar sus sienes! ¡Con tus pecados le diste la llaga en su costado! ¡Con tus pecados le diste los clavos que traspasaron sus divinas manos y sus pies! Don Timoteo le lanzó una mirada rencorosa y le preguntó en voz que todos pudieron escuchar: –¿Y tú qué le diste con los tuyos, desgraciado? ¿Vacaciones? Me habría gustado conocer a don Timoteo. Sabía poner silencio en el que grita, y recordarle al soberbio la humildad. ¡Hasta mañana!...

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