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Mar de Fondo

A 60 días de que termine la campaña electoral por la presidencia, el candidato de la coalición encabezada por Morena, Andrés Manuel López Obrador, no tiene un oponente claro y con posibilidades de competir con él por la silla presidencial. El hecho es inédito, sobre todo si tomamos en cuenta las características de las elecciones después de la alternancia, que se distinguieron por su competencia entre dos o tres fuerzas políticas.

Después del debate que sostuvieron los candidatos presidenciales surgió la posibilidad de que Ricardo Anaya escalara a una posición con más ventaja para competir, pero por lo que arrojan las encuestas más recientes, su despunte ha sido muy raquítico (4 puntos porcentuales), por lo que es difícil creer que pueda crecer más rápidamente en los siguientes días.

También en estos últimos días surgió la posibilidad de que pudiera haber una alianza de facto entre el PRI y el PAN, buscando que el candidato priista declinara a favor de Anaya para de esa forma enfrentar la fuerza de AMLO. Pero tampoco esta alternativa parece que va a poder concretarse. José Antonio Meade ha negado completamente esta posibilidad, lo mismo que Ricardo Anaya, aunque hay evidencias de que por lo menos éste último estaba intentando fraguar esa alternativa.

Los cambios en la dirigencia del PRI también parecen confirmar que su apuesta es hacer un último esfuerzo por levantar la campaña, por lo menos para impedir que el partido se desfonde, o tal vez para detener desesperadamente que los votantes de este partido se vayan hacia otras opciones, entre ellas la de López Obrador, o quizás también para no perder todo en las elecciones municipales y estatales.

El caso es que todas estas condiciones hacen pensar que el camino hacia la presidencia para AMLO está despejado, aunque en 60 días pueden suceder muchas cosas. Entre ellas, la misma posibilidad de que vuelva a replantearse la formación de un bloque de fuerzas entre el PRI y el PAN. Sin este bloque es imposible ganarle a AMLO a estas alturas de la campaña, por lo que la elección se convertiría en un mero trámite, no obstante las tensiones que traerá la guerra sucia.

¿Cómo se llegó a esta situación en la que un candidato aparece prácticamente sin oponentes, como cuando gobernaba el PRI durante el viejo régimen? Hay varios factores que lo explican, desde mi punto de vista, pero entre ellos hay que destacar el hartazgo y

el repudio hacia el PAN y el PRI, alimentado de manera importante por la corrupción y la inseguridad que han destrozado los cimientos de la gobernabilidad durante los últimos 18 años, impulsando la rabia y la inconformidad que hoy dominan a lo largo y ancho del país.

El segundo factor es la división entre las élites políticas, especialmente entre las cúpulas del PRI y del PAN, que bien o mal se las arreglaron para frenar el avance de la oposición en su lucha por la presidencia, como sucedió en 1988, en el 2000, en el 2006 y el 2012. Fueron sus alianzas fácticas, más otros acuerdos y reformas promovidas por ellas, las que constituyeron el tinglado en las que se han sostenido sus gobiernos en los últimos años. La clave es que hoy estos grupos están divididos, facilitando con ello la posibilidad de que gane otra alternativa.

Un tercer factor que aparentemente no tiene fuerza, pero que está ahí como telón de fondo en el imaginario popular, es la idea de que después de 2018 “ya no habrá otra oportunidad” para intentar un cambio en el país, o por lo menos en la presidencia de la República. Es una idea que se afianzó seguramente a partir de los elementos anteriores, pero también del hecho de que esta es la tercera vez que López Obrador está compitiendo por la presidencia.

Todo esto explica en parte por qué sus electores parecen inamovibles, o por qué no les preocupa las inconsistencias en las propuestas de su candidato, o algunas de sus alianzas o aliados políticos, así como tampoco algunos de sus rasgos autoritarios, que pueden traducirse como elementos riesgosos para el futuro si llegara al gobierno.

También, explica, obviamente, por qué el resto de los candidatos “no crecen” electoralmente, hagan lo que hagan o propongan lo que propongan, moviéndose simplemente con el voto duro de sus estructuras partidistas y todavía corporativizadas, pero sin poder penetrar en el universo de los ciudadanos sin partido, que son la mayoría.

¿Hay un cambio profundo que viene “desde abajo” en México? ¿Es un cambio que sólo busca expulsar a dos partidos del poder como son el PAN y el PRI, o tiene otro contenido que hasta ahora no se alcanza a descifrar?

Son preguntas, entre muchas otras, que necesitamos seguir analizando y discutiendo.

El autor es analista político

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