El mundo me da vueltas
Como ciudadanos, somos buenísimos para estarnos quejando del gobierno y de los gobernantes. Que si hacen, que si no hacen, que roban, que transan, que no transparentan los recursos, que gastan en cosas superfluas, que no son eficientes, que no comprenden las necesidades de la población. Puedo estar de acuerdo en casi todo ello, pero es evidente que los políticos también son ciudadanos y también fueron personas que no tuvieron poder, tal como usted y yo. Por eso hay que aceptar que mucho de lo que pasa en el gobierno viene de un comportamiento aprendido en casa, en la escuela y en los trabajos y en los negocios. Pongamos ejemplos de lo que hacemos como ciudadanos, como padres, como hijos. Un vecino se pasa los altos para llegar ¡temprano! al trabajo –seguramente salió retrasado de su casa– esperando que no haya patrullas que lo detengan o no tener un accidente. Es decir, que nadie lo vea. La señora va a recoger en su auto a los niños a la escuela y se pone en segunda y hasta tercera fila tapando accesos de casas y negocios ¡y todavía se enoja si alguien le reclama!, ¿no sería más fácil estacionarse y llegar caminando a la puerta de la escuela por el mozalbete? Va usted en la calle disfrutando su cono de nieve, su bolsa de papas o su café. Se lo termina y no hay botes de basura donde ponerlo ¿por qué no hacerlo en la jardinera del centro comercial o en la entrada del negocio cerrado o simplemente tirarlo en la calle "para que el Ayuntamiento barra"? Hay un tráfico infernal en un crucero y se pone el semáforo en verde, los autos de enfrente están atorados en toda la calle y usted avanza y se queda a media intersección tapando la circulación transversal ¡claro, qué tal si sí avanza y usted hace dos semáforos! ¿Qué caso tiene pagar impuestos si tiene un negocio pequeño, un ambulante o un puesto en el sobrerruedas si el gobierno no limpia y no ordena a los demás? Tenemos la costumbre de sacar dos botes de plástico con tierra para ¡apartar! el estacionamiento frente a nuestra casa porque llegan ¡otros! y lo usan ¡la calle del frente de mi casa es mía! faltaba más (excepción hecha cuando hay que repararla y limpiarla). Por qué no construir en mi terreno hasta el limite posible, sin permiso de edificación y sin estacionamiento, total, que se enoje el vecino si le cae el agua de mi techo y no encuentran mis clientes o yo mismo donde estacionarse. Y así, una malversación tras otra, incumplimiento de la ley tras otro. Simplemente seguimos la ley del más fuerte, el de la ventaja, el que tiene su coto de poder, el que puede más ¿y así queremos un buen gobierno y unos buenos gobernantes? "Hijo, no hagas eso, porque se va a enojar la señora (o el policía o el Sr. del saco)" ¿qué estamos enseñando? Que el niño puede hacer lo que sea mientras no lo vean, que puede pasar por encima de la autoridad siempre y cuando no lo cachen "in fraganti". Nos podemos pasar varias colaboraciones denunciando todas las formas que tenemos los ciudadanos de torcer la ley, de evitarla, de darle vuelta, pero el tema ahí sigue: no hay cultura cívica ni de convivencia. Pedimos que se haga la voluntad de Dios en los bueyes de mi compadre. Así no podemos seguir. El país, la ciudad y la educación de las nuevas generaciones está en nuestras manos. Ojala que lo comprendamos algún día. Todo cuenta. * El autor es empresario, turistólogo y un enamorado de su ciudad.
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