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El mundo me da vueltas

Fue un resultado desastroso para el PRI el pasado 1 de julio. Después de creerse internamente que podría ganar la Presidencia de la República peleándose encarnizadamente porque alguna encuestadora le dijera que iba en segundo lugar, el otrora partidazo protagonizó su peor campaña electoral (casi toda con elementos negativos a sus oponentes, especialmente contra López Obrador). Y lo de menos hubiera sido una mal diseño de la campaña, sino peor aún, obtuvo el rechazo generalizado de la población al ganar solo una cuarta parte de los votos del vencedor a nivel nacional o en estados como Baja California, donde obtuvo la octava parte. Evidentemente, este fue un referéndum a Peña Nieto y la obvia percepción de corrupto e ineficiente que tenemos de él (aunque podamos alabar muchos temas de su gobierno), y a la mala evaluación de la población a una marca como el PRI, convertida en sinónimo de saqueo gubernamental e impunidad sin límite. Cosecharon lo que con tanto ahínco sembraron. Se burlaron de nosotros como ciudadanos en sus campañas gubernamentales de “hagamos bien las cuentas” y justo eso hizo el pueblo, contó y las cuentas no eran favorables a sus gobiernos ni a su imagen. Al votante promedio no le importó su candidato presidencial “ciudadano”. No le llamó la atención una trayectoria pública aparentemente limpia (aunque sin grandes logros, para mi gusto). Al elector solo le interesó deshacerse de sus reales e imaginarios verdugos (el PRI y el PAN) optando por otra opción que les diera (nos diera) la esperanza de un futuro mejor. Por eso, creo que la del PRI, a diferencia del panismo, es una marca acabada. En marketing hay un concepto para los productos en declive y creo que este partido y su imagen, es uno de ellos. El problema es que no veo por donde “relanzarlo” (mercadológicamente) que sería la estrategia obvia. Tan fue así, que en esta campaña prefirieron esconder su logotipo, postular a un no-militante y alejar, lo mas posible, la liga con un pasado turbulento de aciertos y errores. Veo, como publirrelacionista, la necesidad de repensar el producto PRI y envolverlo con otra marca, literal, diferente. Desaparecer colores e identidad y empezar de nuevo. Las siglas PRI y los colores de la bandera, como identificación de un partido político, ya no funcionarán. Recuerdo que en 1992, siendo Carlos Salinas el presidente de la República, intentó cambiarle el nombre a Partido (de la) Solidaridad y la vieja guardia priista no lo dejó. Creo que estamos ante una coyuntura igual, pero esta vez, sin el poder político y económico que solían tener, con un electorado más alerta y ante una catástrofe de representación en los poderes de la unión: muy pocos diputados y senadores, algunos gobiernos estatales y municipales, escasos congresos locales mayoritarios. Nada con qué negociar ante la nueva hegemonía que le dimos a López Obrador y Morena. Lo digo con todas sus letras. Veo a un PRI acabado como lo conocemos, pero con una muy pequeña luz para –ahora sí– refundarse y cambiar de piel: un nuevo partido, con ratificación de ideales, pero un brío distinto. Uno en el que se libren de membretes como la CTM, la CNOP y todas esas organizaciones sindicales que solo le acarrean desprestigio y ya no vota nadie por ellas porque no representan a nadie. El viejo PRI tiene que morir y lo –poco– que queda de él debe reconstruirse en un nuevo partido. Uno con nuevas siglas y actores renovados, sin perder su esencia de centroizquierda. El PRI corporativo, corrupto y de privilegios ya fue. Veremos pronto si entendieron el poderoso mensaje del electorado o la vieja guardia y los “sectores y las fuerzas vivas” se aferran a continuar la franquicia sin cambios. Sería fatal. * El autor es empresario, turistólogo y un enamorado de su ciudad.

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