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Casillero

“No hay riqueza más peligrosa que una pobreza presuntuosa” San Agustín De acuerdo con el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), el número de personas en situación de pobreza en 2016 (53.4 millones) fue menor al reportado en 2014 (55.3 millones), aunque mayor que en 2012 (53.3 millones), reportando también que el 81% de la población era pobre o vulnerable, es decir, tenía una o más carencias sociales, pues este organismo mide la pobreza de manera multidimensional, esto es, a partir de seis indicadores de carencia social: alimentación, educación, salud, seguridad social, calidad de la vivienda y servicios básicos en la vivienda, sin embargo, en contraste tenemos que según cifras del Banco Mundial, México ocupó en ese mismo año el décimo tercer lugar en la lista de los países con mayor Producto Interno Bruto, con poco más de un billón de dólares. Como podemos apreciar, existe una gran desigualdad económica. Por un lado, se puede ver el país con un desarrollo económico en crecimiento y, por otro lado, se encuentra un México de carencias, donde una buena cantidad de sus mexicanos, que son los que producen esa riqueza, viven pesadas jornadas de trabajo y poco remuneradas. Uno de los mayores imanes para atraer la inversión extranjera durante décadas, ha sido el hecho de que nuestra mano de obra es sensiblemente más barata que la de nuestros principales socios comerciales, sin embargo, es indigno y aberrante que ese argumento sea uno de los principales puntos para vender a México en el extranjero, aunque hay que reconocer que nuestro salario mínimo actual no llega a los cinco dólares diarios, mientras que en Estados Unidos el mínimo es de $7.25 por hora (la cantidad varía según cada estado). La historia demuestra que un menor nivel de desarrollo económico generalmente está asociado a un menor grado de competencia económica. No obstante, cuando la apertura económica se distorsiona por el otorgamiento de privilegios y uso del poder, la concentración de la riqueza se agrava. Falta de transparencia, abuso de poder, otorgamiento de privilegios, y sobre todo obstáculos a una competencia más libre y más justa, son razones que perpetúan y agravan la inequidad en la distribución de la riqueza en una nación. La solución no es solamente la creación de empleos, sino de generar trabajos que sean bien pagados y que los que ya existen reciban un ingreso digno. La educación, la seguridad y la paz sociales, el crecimiento sostenido de la economía por encima de la inflación y una política fiscal sana y estable son los elementos indispensables para que una nación prospere, pero ello debe venir acompañado indispensablemente de la garantía de un salario digno y suficiente. En México requerimos de un cambio de mentalidad e imitar paradigmas de naciones con mejores niveles de vida y desarrollo social, dejando de lado el sofisma de que pagando menos podemos ser más productivos. El autor es asesor empresarial en cabildeo.

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