Receta para rescatar al Valle de Guadalupe
Antes de hablar de crisis, conviene aclarar por qué esto nos importa a todos —no solo a vinicultores, chefs o wedding planners.

Antes de hablar de crisis, conviene aclarar por qué esto nos importa a todos —no solo a vinicultores, chefs o wedding planners. El Valle de Guadalupe es uno de los diez destinos turísticos más importantes de México y top 3 regiones vinícolas de América Latina. Más de un millón de visitantes pasan cada año por ahí… y casi todos tocan Tijuana en el trayecto. Eso significa empleo, inversión, movimiento económico y proyección internacional para toda Baja California.
Precisamente por eso duele reconocer que el Valle, tal como lo conocemos, está en riesgo. Nos encanta presumir sus viñedos, sus decoraciones exóticas y sus atardeceres. Pero detrás de esa postal perfecta hay un destino que está gastando agua más rápido de lo que la cuida, construyendo sin orden y operando con una infraestructura que no corresponde al nivel de turismo que presume. El Valle no está “de moda”; está en terapia intensiva.
Y no nos hagamos: si esto revienta, no será culpa del turista, será culpa nuestra: precios altísimos, empresarios sin rumbo ni coordinación, gobiernos que reparten permisos a la ligera y una comunidad que prefiere callar para no incomodar. Es el clásico síndrome bajacaliforniano: todos queremos crecer, pero pocos quieren acordar y respetar reglas.
Napa Valley estuvo así… y decidió ser valiente. Blindó su tierra agrícola, frenó la expansión inmobiliaria, obligó a consulta ciudadana cada vez que alguien quería cambiar uso de suelo y se organizó en una sola voz para proteger el territorio. Entendieron algo básico: el negocio es el viñedo, no los fraccionamiento; el paisaje es patrimonio, no pretexto.
Valle de Guadalupe, en cambio, sigue apostando al “más”: más hoteles, más bodas, más conciertos, más tráfico, más estrés hídrico. Un modelo extractivo que exprime sin preguntar cuánto aguanta realmente el ecosistema. Y cuando el agua se acabe —porque eso sí puede pasar— no habrá influencer, festival o chef estrella Michelin que lo rescate.
Por eso propongo esta receta sencilla, directa, casi de cocina rústica, de autor, artesanal o cualquier otro nombre ridículo que le quieran poner:
1. Preservar el valle como valle.
Zona agrícola protegida. Nada de fraccionamientos disfrazados. Viñedo primero; ego después.
2. Blindaje hídrico inmediato.
Medir, limitar, sancionar. Fondo de agua obligatorio donde todos aporten para recarga, conservación y tecnologías limpias.
3. Turismo de calidad, no de volumen. Cupos, reservas, reglas claras. Que venga quien valora la experiencia, no quien llega a romperla.
4. Pacto empresarial de verdad. No reuniones de café: compromisos verificables, metas comunes y una sola voz fuerte —como Napa Vintners, una especie de ProVino 2.0— para proteger la región por encima de intereses individuales.
5. Decisiones basadas en datos, no en discursos.
Un observatorio ciudadano-empresarial que mida afluencia, agua, impacto ambiental y capacidad de carga. Pero que su rol sea realmente vinculatorio en la toma de decisiones.
Si nosotros —los que vivimos, trabajamos o visitamos Baja California— no nos preocupamos y ocupamos por el Valle, el mercado hará lo que siempre hace: exprimir, agotar… y mudarse. Y cuando eso ocurra, no habrá suficiente Nebbiolo para ocultar el sabor amargo de haber dejado morir el mejor terroir de México.
- *- El autor es Director de Testa Marketing, investigación de mercados.
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