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Me encanta lo que está pasando en Tulum

Podría parecer impertinente —e incluso temerario— que un promotor turístico como yo, convencido de que el turismo es una fuente esencial de desarrollo económico para México y el mundo.

Pepe  Avelar

Podría parecer impertinente —e incluso temerario— que un promotor turístico como yo, convencido de que el turismo es una fuente esencial de desarrollo económico para México y el mundo, diga que me gusta lo que está pasando en Tulum. Pero me explico.

Las noticias sobre la crisis turística en la Riviera Maya, y en particular en Tulum —con una caída estrepitosa en la ocupación hotelera y en la demanda de servicios turísticos—, son sin duda malas noticias para el sector. Sin embargo, también representan una gran lección para todos los que participamos en esta hermosa actividad.

Mi “gen” de maestro universitario me dice que estamos frente a una lección magistral sobre sostenibilidad turística: ningún destino puede sostenerse si abusa de su visitante. Y eso es exactamente lo que ha ocurrido en Tulum durante años:

• Precios desorbitados por cualquier servicio,

• abusos en taxis y transportación,

• playas privatizadas y clubes con bebidas ridículamente caras,

• falta de infraestructura básica —calles, iluminación y servicios—,

• venta de drogas sin control, incluso en los baños de restaurantes y bares “de moda”,

• y una creciente discriminación hacia el turismo nacional.

¿Por qué digo entonces que es una oportunidad?

Porque en Baja California estamos cometiendo errores similares:

• Policías que extorsionan sin control y con la complacencia de las autoridades,

• infraestructura deficiente,

• servicios turísticos de baja calidad a precios exorbitantes,

• sobrevaloración de productos que no generan derrama económica real,

• una creciente percepción de inseguridad,

• descuido en la presentación física de nuestros destinos,

• y una relación precio-calidad cada vez más desequilibrada, sobre todo en el Valle de Guadalupe.

No se trata de ser un destino “barato”, sino de ofrecer valor real: que lo que cobramos esté plenamente justificado por la experiencia, el servicio y la satisfacción del visitante. Cuando el turista siente que lo engañan, no regresa; y cuando el destino se acostumbra al abuso, deja de mejorar.

La gran lección del declive —esperemos que temporal— de Tulum es que ningún éxito turístico es eterno si se pierde el piso y se sobrevalora el producto mientras se descuida al cliente.

Veo ese mismo riesgo en varios de nuestros segmentos: turismo de salud, vinos y el Valle, cruceros, e incluso grupos y convenciones.

Ojalá pronto podamos discutir esta nube negra que se cierne sobre Baja California, y disiparla no con una nueva campaña promocional o un cambio de imagen superficial, sino con trabajo serio, autocrítica y una verdadera renovación en la forma de entender el turismo: no como un negocio rápido, sino como una construcción de prestigio y confianza que debe durar generaciones.

  •  *- El autor es un opinólogo tijuanense enamorado de su ciudad.

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