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Una batalla tras otra

Dir. Paul Thomas Anderson

Manuel  Ríos Sarabia

El retorno de Paul Thomas Anderson a las salas de cine llega nuevamente de la mano de Thomas Pynchon. A diferencia de Vicio Propio (Inherent Vice, 2014), su anterior adaptación de una novela de Pynchon, que, cubierta bajo el humo de la marihuana y el estupor de los setenta, consistía más en una larga recreación de la “vibra” de la década, que una narrativa con trama clara; Una batalla tras otra (basada en Vineland de Pynchon), explora una temática similar (la obscuridad de Estados Unidos) pero lo hace de una de manera mucho más clara y directa, sin perder la característica complejidad pynchoniana.

Con un energético prólogo que se desarrolla en la frontera San Diego-Tijuana, donde el grupo revolucionario French 75 libera a inmigrantes de un centro de detención, Anderson presenta a los tres personajes principales; los lideres de French 75, Perfidia Beverly Hills (Teyana Taylor) y Bob Ferguson (Leonardo DiCaprio), y a su incansable némesis, el Coronel Lockjaw (Sean Penn). Perfidia es una mujer indomable, que hará todo lo que esté en su poder, en la búsqueda de libertad de fronteras, de cuerpos, de elección. Su furia la llevará a cometer errores que entrelazarán los destinos de ella y Bob con Lockjaw por el resto de sus vidas.

Tras el nacimiento de su hija Charlene, Perfidia es capturada por Lockjaw, durante una de sus misiones. Bob escapa y se esconde en California, hasta que, dieciséis años después su pasado vuelve a buscarlo a él y a su hija.

La novela en la que se inspira Anderson mostraba un retrato de la transformación de los Estados Unidos entre los años 60 y 80, su muy libre adaptación, es una acertada sátira de los inimaginables tiempos actuales, en que la realidad se torna más cercana a Orwell que a las disparatadas ficciones de Pynchon. Anderson presenta una radiografía de las falsas banderas utilizadas por gobiernos autoritarios para culpar a chivos expiatorios de crímenes fabricados.

Una facción, los revolucionarios que buscan la libertad a toda costa, la otra, un gobierno fascista que aplasta toda disidencia. Entre el blanco y negro, existen matices que muestran la humanidad de héroes fallidos y traidores. Mientras que la ideología de Lockjaw, y del grupo supremacista “illuminati” al que quiere pertenecer, reza “si quieres salvar al planeta debes empezar por la inmigración”.

El personaje de Bob, es una mezcla de Doc Sportello (Vicio Propio) y el Dude Lebowski, lanzado a una aventura Hitchcokiana, en la que, veinte años después de haber sido un revolucionario, ahora sólo es el hombre equivocado por excelencia, forzado a reencontrar su mejor versión, perdida entre el marasmo de alcohol y marihuana en que se ha sumergido durante una década. DiCaprio encarna su mejor papel, recorriendo todos los tonos, del drama a la comedia, a la acción más intensa, apoyado por un impecable Benicio del Toro, como un sensei zen que jamás pierde la calma en medio de la persecución y el caos de una redada antiinmigración.

El Lockjaw de Sean Penn es un villano tragicómico y caricaturesco, en la vena del coyote persiguiendo al correcaminos, que sufre las consecuencias de sus trampas, a manera de karma, una y otra vez, hasta el final.

Anderson, ha construido un mecanismo preciso y espectacular, una máquina perfecta con partes iguales de acción, thriller y comedia, retratando un momento histórico. Es un bólido imparable, en camino a una colisión inevitable, donde el destino de un padre, en la frenética búsqueda de su hija, es la pieza central de una eterna batalla entre el bien y el mal, que representa a la inherente enfermedad supurando en el núcleo de una nación.

Paul Thomas Anderson, una obra maestra tras otra.

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