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Lucía Treviño: la poesía contra los monumentos literarios

No es fortuito que en estos tiempos en que las reivindicaciones sociales, étnicas, sexuales y políticas toman la palestra en el mundo entero.

Gabriel  Trujillo

No es fortuito que en estos tiempos en que las reivindicaciones sociales, étnicas, sexuales y políticas toman la palestra en el mundo entero, los poetas y, sobre todo, las poetas reivindiquen no sólo su derecho a cantarle a la realidad desde su propia voz, desde su propio cuerpo, sino que exhiban las contradicciones innatas de un sistema cultural que ha dado predominancia al canto monolítico, al gran poema conceptual, al discurso masculino donde la experiencia de las mujeres es marginal, pasiva, hecha a un lado. Y si a eso le añadimos que, en la poesía mexicana, los grandes paradigmas han establecido que las cimas de la lírica nacional pasan por el poema magno, ese que contempla el mundo desde las alturas de su genio: La suave patria (1921) de Ramón López Velarde, Muerte sin fin (1939) de José Gorostiza o Piedra de sol (1957) de Octavio Paz, entonces podemos comprender mejor las nuevas tendencias poéticas que han ido surgiendo a últimas fechas entre nosotros.

En tal contexto, lo raro es que la poesía mexicana se haya tardado tanto tiempo en desafiar las pirámides sagradas de su propia historia literaria. En una república de las letras que se desvive por hacer de lo poético objeto sagrado que no debe ser tocado ni con la mínima crítica, que mantiene un ceremonial de corte de los milagros como única versión válida de la poesía en nuestro país, lo habitual es considerar a los grandes poemas como dogmas que no deben ser empañados con dudas y cuestionamientos, como si hubieran sido escritos por deidades sin mácula y no por seres humanos con sus propias necesidades y congojas, con sus obvios tropiezos y obsesiones.

Nuevos aires de libertad, sin embargo, se van colando dentro de estas enrarecidas catedrales del verso y bueno es que Lucía María Treviño (Mexicali, 1983), una joven poeta mexicana, norteña se ponga a responder creativamente a un monumento tan glorificado como Piedra del sol y que lo haga no sólo en sus propios términos sino con una perspectiva de género. Su desafío está contenido en su primer poemario, Delta de sol (publicado a finales de 2020 y dado a conocer a inicios de 2021 por la editorial Dharma Books de la ciudad de México). Este libro es prueba contundente de que la vida cortesana, de capillas literarias y poderes culturales, está dando paso ya a una democracia plena, a un diálogo de versos que expone cuerpos y mitos, deseos y antagonismos, conciliaciones y confrontaciones por igual. Treviño lo dice sin ambages: “hay un hartazgo general hacia ciertas formas y voces que han delineado y encasillado a la literatura mexicana. Pero las mujeres, más que los hombres, estamos escribiendo como una forma de liberación de estas formas”. Y el resultado de tal escritura subvierte el poema monolítico, lo sacude en su raíz.

Delta de sol no es, como el poema paciano con el que habla y debate, la perfección formal, el equilibrio clásico, el concepto íntegro. Lo que en él descubrimos es la comprensión de ser mujer frente a la mirada masculina, de recorrer otra ruta de vida sin el peso de lo icónico o lo sagrado. Si Paz vistió su poema con mitologías prehispánicas y vivencias del siglo XX, incluyendo la Guerra Civil Española, Lucía María se concentra en sus experiencias personales como joven poeta del siglo XXI que no se viste con la historia o el cosmos ni pretende imponernos su voz de autoridad incuestionable. Treviño enfrenta al poderoso toro Paz, siempre a punto de embestir, con la mujer que no se deja atemorizar ante el tlatoani literario. Y lo hace con un contrapoema que arrebata las palabras del reconocido poeta y las traslada a su tiempo. Ya no es la España de 1937 sino la ciudad de México de 2018, cuando “Mujeres vivas marchando las calles/Exigen su derecho a ser humanas”. Treviño pone en evidencia la voz de las mujeres desterradas, ocultas, ignoradas que sólo aparecen como objetos del deseo. La propia Treviño lo explica al final de su libro, al afirmar que su poemario “es el discurrir desde la voz de una mujer, un acercamiento desde el cuerpo femenino, a las mismas preguntas que se planteó Paz en Piedra de sol, pero con otras respuestas y en este tiempo”. Así, su poema-respuesta ayuda a releer Piedra de sol con una mirada que lo disuelve en su torrente: “La vida no es de nadie, cierto, Paz/Todos somos la vida”.

  • *- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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