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La última traición de Genaro García Luna

Cuando el PRI y el PAN negocian, bajo los auspicios del gobierno de los Estados Unidos, la llamada transición a la democracia en el año 2000 comienza su ascenso, hasta la cúspide del poder, Genaro García Luna.

Epigmenio Ibarra

Cuando el PRI y el PAN negocian, bajo los auspicios del gobierno de los Estados Unidos, la llamada transición a la democracia en el año 2000 comienza su ascenso, hasta la cúspide del poder, Genaro García Luna.

En la construcción de la “leyenda del superpolicía” gracias a la cual García Luna terminó en Los Pinos, son decisivos los elogios y reconocimientos qué, además de los montajes de Carlos Loret de Mola, le hacen corporaciones policiacas y de inteligencias norteamericanas.

Al “hombre de confianza” de Washington se le perfila así como mano derecha de Felipe Calderón.

Robarse la presidencia en el 2006 tiene un doble propósito; frenar a la izquierda representada por Andrés Manuel López Obrador e imponer en México la expresión más sangrienta -de cuantas se hayan experimentado en América Latina- de la guerra contra las drogas.

Tanto Calderón como García Luna al operar entonces como siervos de una potencia extranjera traicionaron a México.

La guerra sirvió al usurpador para mantenerse sentado en la silla y hacerse de una legitimidad de la que de origen carecía y a su flamante secretario de Seguridad Pública para acumular una enorme fortuna.

Los norteamericanos hicieron su agosto; mientras vendían armas al ejército y también a los narcos, la vulnerabilidad estructural del gobierno usurpador -una vil reedición del de Victoriano Huerta les permitió extender y profundizar el control económico y político sobre nuestro país.

En los negocios de armas, tecnología y avituallamiento, García Luna -con su red criminal- cobraba sobornos multimillonarios que llegaron a escandalizar incluso a los ya de por sí inescrupulosos mercaderes de la guerra norteamericanos.

La información de inteligencia se volvió -en sus manos- otro enorme negocio.

Pactar con los narcos -algo que de por sí no le ha sido nunca ajeno a la DEA- era una tarea cotidiana. Reportar avances en la guerra, en la que se operaba sin respetar los derechos humanos, era aún más sencillo si con información de un cártel -con el que se colaboraba- se golpeaba a otro.

Tener a García Luna en Los Pinos resultó para Washington más rentable que defenestrarlo. Por eso le permitieron terminar el sexenio y después -para tenerlo cerca y con la boca cerrada- mudarse a Miami a seguir enriqueciéndose con los contratos que Calderón le negoció con Enrique Peña Nieto. Ya ahí, al sentirse seguro, se fue con el Mossad. Esa fue su última traición.

  •  *- El autor es periodista y productor, fundador de la productora Argos y corresponsal de guerra entre 1980 y 1990.

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