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Chismosos con corbata

Me da pena ver dirigentes empresariales — hombres y mujeres que deberían ser guardianes de la sensatez— compartiendo noticias falsas en redes sociales como si fueran las típicas tías en el WhatsApp familiar.

Ariosto Manrique Moreno

Me da pena ver dirigentes empresariales — hombres y mujeres que deberían ser guardianes de la sensatez— compartiendo noticias falsas en redes sociales como si fueran las típicas tías en el WhatsApp familiar. Lo hacen creyendo que son mensajeros de la verdad… cuando en realidad solo están empujando ruido, confusión y miedo. Lo escribo porque me consta, es una autocrítica, no le saco a la responsabilidad.

Uno esperaría que un empresario o líder de opinión revise, valide o contraste, que entienda que la seriedad no se gana con “reenviar” un link dudoso o un video sacado de contexto, sino con análisis, con fuentes y con liderazgo informado. Pero no: ahí los tenemos sembrando alarmismo, gritando fuego en un teatro que ya de por sí está lleno de humo.

¿Será cuestión de edad? No se. Aunque no es la edad la culpable, sino la comodidad: algunos piensan que la experiencia les da derecho a hablar sin comprobar. Otros creen que “importante” significa ser los primeros en alarmar, en exagerar, en hacerse notar. El problema es que, al hacerlo, se convierten en caricaturas de sí mismos: personas que pierden credibilidad por la necesidad de un “like” rápido.

Lo peor es que detrás de esos mensajes falsos se deteriora lo más valioso: la confianza. Si un dirigente no es capaz de distinguir entre un hecho y un rumor, ¿cómo puede reclamar seriedad en la política pública, en las finanzas o en la toma de decisiones de la ciudad o el estado? Un empresario que comparte fake news deja de ser líder para convertirse en eco barato de la histeria colectiva.

No confundamos: ser crítico no es lo mismo que ser escandaloso. El verdadero dirigente sabe cuándo prender las alarmas y cuándo poner calma. Sabe que cada palabra arrastra peso, y que difundir una mentira no solo desgasta su reputación, también daña a la comunidad que dice representar.

Tal vez me pase de lanza con esto que diré pero… si no se tiene la mínima capacidad de validar lo que se comparte, no se merece ni ser dirigente ni representar a nadie. El liderazgo no se mide por likes ni shares, sino por responsabilidad. Si de algo está urgida nuestra sociedad es de voces serias, no de coristas del pánico digital.

En pocas palabras: dejemos de jugar a ser tuiteros de sobremesa. La ciudad necesita enfoque y propuesta, no chismosos con corbata.

  • *- El autor es Director de Testa Marketing, investigación de mercados.

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