Julio Armando Ramírez Estrada: poeta de Jalisco
Cuando viví en Guadalajara, allá entre 1975 y 1981, caminar fue una de mis actividades diarias.

Cuando viví en Guadalajara, allá entre 1975 y 1981, caminar fue una de mis actividades diarias. A Guadalajara la viví, la experimenté caminando por sus amplias avenidas y sus calles estrechas. De noche o de día, según el horario de mis prácticas médicas. En una ciudad donde los grupos paramilitares de derecha y los guerrilleros de izquierda peleaban la plaza, donde los tiroteos eran el pan de cada día, nunca tuve problemas para recorrer una ciudad llena de historia patria. Gracias a mis andaduras disfruté Guadalajara como jamás he disfrutado ninguna otra ciudad. Allí aprendí a presenciar obras de teatro, escenificaciones de danza moderna, exposiciones pictóricas y lecturas de libros. Mi espacio cultural favorito fue el ex convento del Carmen por la avenida Vallarta, a unas diez cuadras de la casa de asistencia donde residí en mis años de estudiante de la carrera de médico cirujano y partero. regresé a Mexicali en la primera mitad de los años ochenta del siglo pasado, descubrí que muchos artistas y escritores jaliscienses vivían en la ciudad capital de Baja California: gente tan prestigiada como el pintor Rubén García Benavides o el poeta Miguel de Anda Jacobsen, que era entonces el director de la Dirección de Asuntos Culturales del gobierno del estado. Más tarde conocí a muchos otros creadores que tenían conexiones artísticas con Jalisco, como el narrador Manuel Gutiérrez Sotomayor, el ensayista Patricio Bayardo y el poeta Raúl Navejas. Cuando me metí en indagar la historia de la literatura de nuestra entidad me topé con escritores y periodistas que habían nacido en aquel estado y que, migrantes entre migrantes, habían subido al norte fronterizo para hacer de Baja California su casa de trabajo, su hogar definitivo.
Entre ellos advertí una figura esencial para las letras bajacalifornianas de mediados del siglo XX: Julio Armando Ramírez Estrada (1921-1971). Debo decir que lo que primero me intrigó fue su muerte en una edad sino joven, sí al menos demasiado temprana para una trayectoria literaria, periodística e intelectual como la suya. Don Julio representaba a la generación de la Californidad, ese grupo de autores que buscó darle voz a la identidad de nuestro entorno, cantarle a su pasado y a su presente, exponer los vínculos que los unían como residentes de esta frontera mexicana a la que llegaron de todas partes del país. Quiero aquí señalar que hay un punto en la vida de Ramírez Estrada que coincide tremendamente con la trayectoria de otro integrante de la Californidad: Rubén Vizcaíno Valencia. Ambos eran originarios del sur del país, el primero de Jalisco y el segundo de Colima. Ambos llegaron a vivir a Mexicali: don Julio en los años cuarenta del siglo pasado y don Rubén a principios de los años cincuenta. El jalisciense llegó en 1947 y permaneció hasta 1952. El colimense llegó en 1952 y se fue en 1959. En Mexicali ambos encontraron una tierra que les abrió el mundo: a Vizcaíno lo hizo político, periodista y profesor. A Julio Armando le dio a conocer el amor de su vida, pues en esta población conoció a su esposa, Guadalupe Quirarte Domínguez, otra jalisciense residente en la ciudad capital y hoy conocida como Lupita Kirarte, célebre promotora cultural. El mismo día de su boda se fueron a vivir a la ciudad de Tijuana, donde ayudaron a crear los cimientos de la cultura literaria y artística de esa urbe. Pero Mexicali dejó su huella perdurable en la obra de don Julio. En su único poemario publicado en vida, Los días y las noches del paraíso (1969) aparece el poema Canto a Mexicali, donde el poeta dice que “Mexicali: eres hielo o eres lumbre./Tú no sabes reír ni llorar”, para luego agregar que: “Es por eso que el hombre que llega/Sin estela, sin cauda, sin paz,/A tu carne morrena se pega/Como un niño al regazo eficaz”.
Con la convivencia con el mundo de la cultura local (donde destacó su amistad con el médico e historiador Francisco Dueñas y con el ingeniero y profesor José G. Valenzuela), nuestro poeta se distinguió por traer un bagaje religioso a las letras bajacalifornianas. Al haber sido un seminarista por más de una década en su natal Jalisco, conoció de primera mano las retorcidas e hirientes formas educativas de la iglesia católica. Desertó de ese destino para buscar el suyo propio. Y lo encontró en la literatura y más tarde en la labor periodística y profesoral en pro de nuestra entidad.
- *- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.
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