La tiranía familiar Hot milk
Dir, Rebecca Lenkiewicz

En su adaptación de la novela de Deborah Levy, Rebecca Lienkiewicz presenta un patrón tan reconocible como trágicamente recurrente en las relaciones familiares. Una madre narcisista y la hija que ha abandonado su propia vida para servirle y cuidar de ella.
Rose (Fiona Shaw) es una mujer postrada en una silla de ruedas, que misteriosamente perdió la capacidad de caminar veintidós años atrás. Guiada por su hija Sofia (Emma Mackey), han viajado juntas a la costa española, para que Rose reciba un tratamiento especial. El doctor Gómez, director de la clínica la interroga en busca de lo que podría ser una causa psicológica, y no física, de su padecimiento. Desde un inicio es evidente la relación de codependencia entre madre e hija.
De forma irascible Rose afirma que su hija no ha sido afectada en ninguna forma por su enfermedad, contestando así, por ella, a la pregunta que el doctor hizo a Sofia. Un acto de absoluta negación y narcisismo.
A solas, en la casa rentada que habitan cerca de la playa, la relación madre/hija navega entre la manipulación, el chantaje emocional y la tortura psicológica, disfrazadas de enfermedad física, cuidado y cariño.
Ante el pesimismo de Rose hacia el tratamiento, Sofia trata de reconfortar y alentarla. Por su parte Rose se encarga de denostar constantemente a su hija, señalando lo que considera sus deficiencias.
En sus pesadillas, Sofia se encuentra constantemente encadenada a la silla de ruedas de su madre, sumergida en medio del océano. Una representación subconsciente, clarísima de la carga de toda una vida perdida, esclavizada, entregada totalmente a las exigencias de su madre.
Afuera, en una casa vecina, un perro encadenado ladra constantemente, Rose exclama iracunda contra la inconsciencia del dueño “Preferiría la muerte a vivir encadenada”.
Declaración reveladora que proyecta la situación en que ha mantenido a su propia hija toda su vida, encadenada a una patología maternal, que puede, o no, ser real, y de la cual Rose, puede, o no, realmente querer sanar.
Mientras su madre está en la clínica, Sofia conoce en la playa a una mujer que aparece cabalgando sobre un caballo, cual príncipe de cuento de hadas, que llega al rescate de la princesa. Es una alemana llamada Ingrid (Vicky Krieps) que inmediatamente cautiva la atención de Sofia. Entre ellas inicia una incierta relación sexo afectiva que se tornará conflictiva, en la mente de Sofia, ante la existencia de varios hombres que le “roban” la atención de Ingrid, algo que ella es incapaz de tolerar.
Encontrando finalmente a alguien con quien abrirse y compartir algo de sí, Sofia habla sobre sus estudios antropológicos, la naturaleza contra la crianza, “la vida es flexible, podemos cambiarla, pero también es elástica y siempre volvemos a aquello con lo que crecimos”.
La relación con Ingrid, genera otro nivel de angustia en la mente de Sofia, evidenciando su profunda represión, algo que debe mantener en secreto, alejado de su madre. Inevitablemente este nuevo vínculo no es más que una repetición del patrón enfermizo ya conocido, Ingrid es otra mujer rota, el único tipo de persona con la cual Sofia, por aprendizaje, se puede relacionar. La cinta de Lenkiewicz muestra un control y una madurez que resultan sorprendentes en un debut, su experiencia como escritora respalda sus elecciones. Hot Milk recuerda los dramas más amargos de Ingmar Bergman, en especial Sonata de otoño (1978) con sus tortuosas relaciones madre/hijas. Lenkiewicz se sumerge en la mente femenina afectada por el narcisismo de una madre que transmite la cadena del trauma generacional, el cual finalmente llega a la única conclusión posible. Sofia tiene que cortar con la cadena de una u otra forma. “Debes abrazar la vida, no sólo soportarla.”
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