Náufragos japoneses en Baja California
Hacia la primera mitad del siglo XIX, un grupo de náufragos japoneses, entre ellos Hatsutaró y Zensuke, llegaron a las costas de Baja California sin saber el idioma español.

Hacia la primera mitad del siglo XIX, un grupo de náufragos japoneses, entre ellos Hatsutaró y Zensuke, llegaron a las costas de Baja California sin saber el idioma español. Viendo casas en la playa, ambos decidieron contactar, personalmente, con aquellos hombres de tierra y si eran recibidos bien y tratados con cortesía, los otros podrían acercarse a las casas. Pero si en lugar de darles la bienvenida, aquellos extraños los mataban, los otros cinco japoneses aún podían regresar al barco y salvar sus vidas. Este temor era comprensible si tomamos en cuenta que unos años antes, en 1833, un barco carguero japonés se hundió frente a las costas de América del norte, en el actual estado de Washington, y que los 3 japoneses que sobrevivieron fueron esclavizados por los indios, antes de que angloamericanos del fuerte Vancouver los rescataran. Pero aun sin tal antecedente en sus conciencias, los náufragos del Eijú Maru desconocían las costumbres y ritos del país al que habían arribado; y ante gentes extrañas, el miedo era un consejero prudente y suspicaz. Según el relato que años más tarde el propio Hatsutaró hiciera a dos periodistas japoneses, esto fue lo que ocurrió cuando Japón y México se encontraron en tierras bajacalifornianas: “La gente pareció verdaderamente sorprendida al ver a los dos hombres aproximarse a la luz de la luna... Todas las personas estaban asombradas y trataban de hacer preguntas, pero los japoneses no podían hablar su lengua. Empezaron entonces a usar los gestos para darse a entender y la gente empezó a comprenderlos: les dieron a cada uno una taza llena de agua para beber. Entonces ellos preguntaron de dónde venían y los japoneses dijeron Japón varias veces, hasta que aparentemente comprendieron, pues empezaron a decir Japón, Japón. Los dos japoneses con señas comunicaron que había otros cinco más en la playa. AcomTabasco,
por uno de los hombres de aquellas tierras volvieron sobre sus pasos hasta encontrarlos y traerlos consigo a las casas”. Los bajacalifornianos los dejaron dormir en los establos, pero los japoneses creían que les harían daño, por lo que cada vez que pasaba alguien cerca esperaban lo peor. Por la mañana, las mujeres les dieron la bienvenida ofreciéndoles “una bebida llamada café, la cual es como un té con azúcar”.
En los días siguientes, los japoneses descubrieron sus semejanzas con los mexicanos, mestizos e indígenas, en comparación con los españoles que los habían rescatado. Mientras se iban alimentando con la comida cotidiana de los bajacalifornianos de aquel entonces (carne salada, tortillas y plátanos), Hatsutaró descubrió que en aquel poblado “un poco más de veinte personas vivían juntas en dos casas. La gente era de complexión regular, de cabello negro y el color de sus ojos era el mismo que el de nosotros. Pero había un hombre que aparentemente era el dueño de la casa y él se veía como los europeos”. Mas tarde, los japoneses náufragos comenzaron a obtener mayor información del lugar en que estaban: era el cabo de San Lucas, en el continente americano. De allí fueron trasladados, por barco, a San José del Cabo, donde las autoridades mexicanas tomaron cartas en el asunto. Allí estaban, además, los otros seis japoneses que se quedaron en el barco español. Los tripulantes del
Eijú Maru fueron repartidos en las casas de diversas familias bajacalifornianas, que se hicieron cargo de su manutención. En el caso de Hatsutaró, la familia que lo tomó bajo su cuidado fue la de Miguel Chosa, con quien pronto el japonés hizo amistad. El intercambio cultural fue intenso y cotidiano. Hatsutaró aprendió los hábitos y costumbres de los mexicanos de mediados del siglo XIX: tuvo que bañarse cada cuatro días, cortarse el pelo a la moda de entonces y usar vestidos europeos.
La campaña de occidentalizar al japonés (que según éste era con el propósito de casarlo con la hija de don Miguel), llevó a que Chosa intentara enseñarle el uso del castellano a su protegido oriental. Hatsutaró al principio se negó. Tal vez porque venía de una nación que había vivido hasta entonces contraria a todo aprendizaje o interés de las culturas foráneas. Y nuestro protagonista temía una “contaminación” extranjera demasiado profunda como para cambiar su forma de ser; temor propio de la ideología predominante del pueblo japonés de aquellos tiempos anteriores a la apertura con occidente. Pero Hatsutaró acabó aprendiéndolo para comunicarse mejor con los bajacalifornianos que lo albergaban. La lengua española como puente cultural.
- *- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.
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