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F1: La película

Dir. Joseph Kosinski

Manuel  Ríos Sarabia

Con una secuencia pre créditos, Joseph Kosinski presenta al invencible Sonny Hayes (Brad Pitt), quien se despierta en su van para relevar a otro piloto en la carrera Daytona de 24 horas. En pocos minutos se establece que Hayes es un piloto veterano, inigualable, despreocupado y, obviamente, con un pasado que lo convirtió en quien es hoy. En el proceso, Kosinski también revela que, no solamente vio, la incomprendida obra maestra de las Wachowski, Speed Racer (2008), sino que, casi seguro de que nadie más que él la vio (juzgando por su rotundo fracaso comercial), se dispuso a plagiar (llamémosle homenajear) prácticamente toda la película (con cambios mínimos). Y es que esa secuencia inicial podría ponerse lado a lado con el prologo de Speed Racer y casi serían, toma por toma, idénticas. Mucho amor por las Wachowski, Kosinski.

Pero F1, la de Sonny Hayes es la conocida historia del veterano que regresa a demostrar que aún es capaz de realizar todo aquello que en algún momento lo calificó como formidable, y que aún tiene una última gran victoria dentro. Tal como Top Gun Maverick, dirigida por por el mismo Kosinski. Obligadamente, existe un joven arrogante, iracundo e intempestivo que defenderá su puesto del vejete que quiere robar su gloria. El joven piloto en cuestión es Joshua Pearce (Damson Idris), quien inmediatamente crea una rivalidad imaginaria con Hayes. Esto conduce a la inevitable secuencia de entrenamiento paralelo, básicamente una versión del montaje Rocky/ Drago de Rocky IV (1984), en que Pearce es Drago,

entrenando con la tecnología más avanzada disponible y Hayes, como Rocky, entrena de forma orgánica, con

objetos de uso común, como pelotas de tenis, y corriendo al aire libre.

Si todo este uso de clichés reciclados da una pésima impresión, lo más sorprendente de F1, es que es una cinta por demás disfrutable, a pesar de sus dos horas y media de duración, que se pasan volando tan rápido como los autos de carreras de 150 millones de dólares que pilotean Hayes y Pearce.

Además de estar tapizada de anuncios de marcas, tal como las carreras plasmadas, que la convierten en un monumental comercial de casi tres horas, la película tiene otros defectos. Sus secuencias de diálogos son artificiales e inverosímiles. En varias ocasiones se presenta al grupo de personajes interactuando perfectamente con las respuestas idóneas, disparándolas uno contra otro, sin perder un respiro. Todos con la misma agilidad mental con la que corren sobre las pistas. Y esto quizá es otro elemento que Kosinski tomo “prestado” de Speed Racer, donde los diálogos camp tenían sentido saliendo de la boca de villanos de caricatura. Y aquí el “préstamo” final, como en Speed Racer, también existe en la trama un sabotaje industrial en contra de nuestros héroes para que un grupo empresarial, y su vilano retuerce bigotes, se beneficien. Quiza la única diferencia entre la obra de las Wachowski y F1 es que el personaje

principal ha sido cambiado por el secundario (Hayes es más Racer X, Pearce es Speed).

El triunfo de F1 radica en sus muy bien logradas secuencias de carreras, donde la cámara va dentro de las cabinas, brindando al espectador una vista en primera persona de la acción. Y al estilo de Tom Cruise, Brad Pitt sí estaba detrás del volante en las tomas donde aparece. Esto y una excelente edición dan como resultado verdadera emoción en cada una de las carreras, en que Hayes hace uso de su experiencia para crear estrategias vencedoras, para sortear todos los tropiezos dramáticos.

Y como en Speed Racer también existe una alegoría de las carreras como libertad/arte.

Una segunda oportunidad para recapturar la magia del pasado… y volar.

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