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De muerte y vida

Exterminio: La Evolución (28 años después) Dir. Danny Boyle

Manuel  Ríos Sarabia

En el 2002 Danny Boyle presentó una nueva visión zombie, más que muertos vivientes eran infectados. Una pandemia que se desató a partir de chimpancés de laboratorio portando un virus de furia creado artificialmente. En tan sólo 28 días, Londrés y otras ciudades de Inglaterra sucumbieron a la infección. Sólo pequeños grupos de gente pudieron sobrevivir a este apocalipsis. Después de una olvidable secuela (28 semanas después, 2007), en que sólo fungieron como productores, Danny Boyle y Alex Garland (guionista), regresan para explorar las consecuencias de lo sucedido, 28 años después del contagio inicial. En un prólogo situado en Escocia en el 2002, conocemos a un niño, Jimmy, el único sobreviviente de una comunidad afectada por el brote primigenio. Con un subsecuente salto de tiempo de 28 años, encontramos a una comunidad de sobrevivientes en Holy Island, la costa noreste de Inglaterra, que ha regresado a un estilo de vida prácticamente medieval, sin diferencia de estratos. En esta sociedad todos tienen un oficio y se protegen, tras fortaleza amurallada, del peligro que representan los infectados en el exterior. Cuando baja la marea y se puede cruzar al otro lado de la costa, los hombres realizan expediciones en busca de alimento y para matar infectados. Spike (Alfie Williams) es un niño que ha llegado a la edad en que su padre, Jamie (Aaron Taylor-Johnson) lo llevará al bosque del otro lado, como parte de su ritual de iniciación para convertirse en hombre. Con esta excursión, Boyle nos lanza en una montaña rusa de insoportable terror y tensión. Jamie y Spike son acechados por infectados y descubrimos que con el tiempo se han desarrollado distintas variedades. Existen los rastreros, de cuerpos obesos que se arrastran por el suelo, también gigantes con mayor inteligencia conocidos como alfas.

Boyle utiliza iphones para grabar, creando continuidad visual con el uso de cámaras digitales en la cinta de 2002, y una especie de congruencia/crudeza con el mundo post apocalíptico de la historia. Sus secuencias frenéticas son un despliegue de dirección que mantiene al espectador sin aliento, al borde de la taquicardia, como si los infectados estuvieran prácticamente sobre los asientos.

Como en la película original, los guiños obligados a George Romero abundan. Una casa donde padre e hijo se refugian y una gasolinera cuyo letrero al carecer de una letra dice “hell” (infierno), son referencias directas al padre de los zombies modernos.

Quizá la sorpresa más grande llega con un radical cambio de tono, en que Spike se encuentra con el misterioso Dr. Kelson (Ralph Fiennes en una versión del Brando de Apocalipsis Ahora), personaje temido por los aldeanos, considerado un loco. Kelson es una representación del artista, que en pleno apocalipsis, crea arte de la muerte misma, honrando a la vida y sus procesos, pero sobre todo recordando que todos moriremos, y que durante la transición, nuestro único deber es amar. Esta secuencia hace las veces de bálsamo, un alivio a la violencia y los horrores previos, sin embargo, también asesta un fuerte golpe emocional. Un elemento indispensable en el viaje de maduración de Spike. El gran logro de Boyle y Garland, radica en presentar algo genuinamente distinto, dentro de lo que creíamos ya tan visto. El último giro llega justo antes de la conclusión, con el retorno de un personaje del prólogo. Aquí el impacto es quizá mayor, al encontrarnos en otra película cuyos personajes parecen salidos de una comedia de zombies (tipo Shaun of the Dead). El final inconcluso, nos invita a ver el segundo episodio que se estrenará dentro de seis meses, anticipando el (aún por confirmar) gran final de esta nueva trilogía. Memento mori. Memento amori.

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