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La industria del vicio: hace 100 años

En 1919, se aprobó la ley seca, en la Unión Americana, ley que prohibía producir, vender, trasladar, surtir o poseer cualquier clase de licor existente.

Gabriel  Trujillo

En 1919, se aprobó la ley seca, en la Unión Americana, ley que prohibía producir, vender, trasladar, surtir o poseer cualquier clase de licor existente. Es decir: prohibía la adquisición y la venta de toda bebida alcohólica, pero no su consumo. La población estadounidense no tuvo más remedio que conseguir sus bebidas favoritas en el mercado negro o desplazarse a las ciudades fronterizas de México para beber hasta el hartazgo. A consecuencia de tan exorbitante demanda, en Baja California proliferaron las cantinas, hoteles, burdeles y casas de juego, que no se daban abasto para atender a los cientos de miles de sedientos turistas americanos, quienes acudían a saciar su sed y a divertirse largo y tendido con espectáculos de toda índole, legales e ilegales.

En su libro El otro México (1951), el periodista mexicano Fernando Jordán aseguraba que: “La fiebre del vicio fue la defensa única de las ciudades fronterizas bajacalifornianas contra la miseria, contra el olvido del Gobierno central. Se echaron en brazos de la perdición”. Jordán no menciona la corrupción reinante, entre las autoridades oficiales del Distrito Norte de la Baja California, para esta industria en boga en la era de la prohibición. Buena parte de estos negocios eran de capital estadounidense y estaban ligados a diferentes grupos mafiosos del país vecino, de tal suerte que famosos gángsters, como Al Capone, llegaban de visita y eran atendidos a cuerpo de rey.

Y la derrama de dólares llegaba a toda la población, no sólo a funcionarios de alto nivel, como lo señala Francisco Regalado en el libro Ensenada: Nuevas aportaciones para su historia (1999): “Entonces llegaron aquí, al sur de Ensenada, a un lugar que se llama El Bajo de San José y ahí empezaron a llegar barcos

dos mil, cinco mil, hasta diez mil toneladas cargados de licor, de todas partes del mundo, de todos los países, a fondearse ahí. Y llegaron a Ensenada las lanchas rápidas que los capos del negocio compraron al gobierno de Estados Unidos, que eran lanchas que se usaron en tiempo de la primera guerra como cazas submarinos o barreminas o torpederas; quedaron arrumbadas ahí. El gobierno los vendía a mil dólares, no servían para nada, ya se había acabado la guerra, ya todo estaba en paz. Estados Unidos ya estaba entrando en una época de prosperidad, se empezaron a abrir líneas navieras, muchos negocios, pozos petroleros, ¡qué sé yo! Y de aquí salían los barcos rápidos a cargar el licor, fuera de San José.”

Francisco Regalado pronto fue un miembro más de esta organización ilegal de contrabandistas que metía licor a los Estados Unidos desde Ensenada: “Yo, para ese entonces, ya andaba allá de picarillo porque en la escuela estudié música, y me dediqué a andar junto a los hermanos Hussong. Y a la sombra de ellos, y haciéndole la barba a los capos de aquí, de Ensenada, yo también me fui metiendo paulatinamente en eso. Nomás que a veces andaba de maquinista en un barco o de marinero en otro, transportando licor de México a Estados Unidos. Fue como en mil novecientos veintiuno que se establecieron allá los barcos. Ya eran barcos de diez, quince mil toneladas, cargados de licor esperando que llegaran las lanchas que estaban aquí, en Ensenada, a cargar el licor ahí y llevarlo a Estados Unidos. Eran vapores la mayoría, muy poco se usaba el motor diésel en los barcos grandes. Los que traían motor diésel eran las lanchas torpederas, y les agregaban dos motores de gasolina, a cada banda. ¡Bramaban aquellas máquinas y salían de cualquier emergencia! ¡Todos estábamos metidos en eso!, ¡todos estábamos porque yo andaba ahí también! Aquí teníamos nuestra propia mafia, y en esa mafia estaban todos involucrados. No quiero saber quién ni pa’ qué. El que me diga que es inocente... ¡son mentiras! En una forma o en otra estaba metido en eso, ¿a quién quieren hacer tontos? Que yo haya estado chamaco no quiere decir que fuera inocente.”

Lo que distingue a la vida fronteriza de otras partes del país es que en esta región limítrofe se mezcló, allá por los años veinte del siglo XX, las empresas de toda clase para mantener el flujo de dólares y en ello toda la población fronteriza se beneficiaba. De esos negocios también viene nuestra identidad colectiva. Pues como dijera Francisco Regalado, ¿para qué hacernos los inocentes si todos, de una u otra manera, participaban?

  • *- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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