El caudillo que bebía malteadas de fresa
Se llamaba Doroteo Arango Arámbula, pero el mundo lo conocería como Pancho Villa. Héroe para unos, bandolero para otros, pero sin duda una gran figura en la historia de México.

Se llamaba Doroteo Arango Arámbula, pero el mundo lo conocería como Pancho Villa. Héroe para unos, bandolero para otros, pero sin duda una gran figura en la historia de México. Si la fama se midiera en corridos, leyendas o anécdotas contadas al calor del fogón, Villa estaría en la cima.
Su destino cambió cuando tenía solo 16 años. Disparó contra un hacendado que intentó abusar de su hermana.
Ese acto lo convirtió en prófugo, lo alejó de su hogar y lo llevó a unirse al mundo de los cuatreros. Más adelante, ya con el nombre de Francisco Villa —quizá por un viejo bandido o por su abuelo—, empezó a forjar la leyenda.
La vida le dio una nueva oportunidad cuando Francisco I. Madero lo invitó a luchar por la democracia. Villa cambió el caballo del bandido por el del revolucionario. En 1912 estuvo a punto de ser fusilado por
Victoriano Huerta, quien era su superior. Pero el destino, siempre lleno de misterios, hizo que Villa sobreviviera… y al año siguiente lo derrotó en las batallas de Torreón y Zacatecas.
Son muchos los episodios que se vivieron en la frontera pero existe una que demuestra la genialidad de Pancho Villa.
En 1913 se le ocurrió una idea tan audaz como simple: camuflar a sus hombres dentro de un tren de carga y colarse directamente al corazón de la ciudad.
Taparon todo con lonas y cargamentos simulados y sus soldados se ocultaron abajo. Otros iban disfrazados como trabajadores del ferrocarril. Villa se encargó de tomar las estaciones del telégrafo y obligar a los telegrafistas a escribirles a las tropas federales en Ciudad Juárez que el tren que esperaban con refuerzos, víveres y pertrechos estaba por llegar a Juárez. Entraron en la madrugada sin encontrar resistencia alguna y tomaron la fronteriza ciudad sin disparar un solo tiro, pues los federales estaban dormidos o en las cantinas.
En Juárez recuerdan esta hazaña como el tren de Troya.
Y aunque muchos imaginan al líder revolucionario empinando botellas de tequila, y pareando la puerta de las cantinas, Villa nunca probó el alcohol. Le repugnaba. Prohibía los borrachos en su ejército y su único antojo eran las malteadas de fresa, que hacía traer desde El Paso, Texas.
Después de cada batalla celebraba con este gran batido.
Como la Coca-Cola, las malteadas nacieron en una farmacia. Fue Guillermo Horlick quien las inventó en 1887, sin imaginar que su creación se convertiría en el capricho dulce del Centauro del Norte.
*El autor colabora activamente en la regeneración de los centros históricos de Mexicali y de Tijuana.
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