¿Permiso para opinar?
¿Quién te dijo que no puedes o debes opinar? Vivimos en tiempos donde abunda la información, pero también donde a muchos se les quiere silenciar con la excusa de que “no son expertos”.

¿Quién te dijo que no puedes o debes opinar? Vivimos en tiempos donde abunda la información, pero también donde a muchos se les quiere silenciar con la excusa de que “no son expertos”. Se ha vuelto común escuchar frases como “tú no tienes autoridad para hablar de esto” o “deja que opinen los que saben”. Este fenómeno es preocupante y peligroso porque pretende condicionar nuestra libertad de expresión a títulos académicos, puestos de trabajo o credenciales oficiales.
La libertad de opinar no tiene pedigrí académico, no importa si tienes un doctorado o solo la universidad de la vida: tu voz importa. Cada persona, sin importar su nivel de estudios o cargo, tiene derecho a expresar sus ideas y perspectivas. Al fin y al cabo, muchas grandes verdades han nacido del sentido común de gente sencilla, y muchas tonterías han salido de bocas llenas de títulos académicos.
En filosofía existe lo que se llama el argumento de autoridad: es cuando respaldamos una idea usando la opinión de alguien reconocido. Y sí, a veces esto ayuda, si un experto en salud habla de vacunas, por ejemplo, su opinión puede aclarar dudas y dar confianza.
Pero también hay que tener cuidado. Que alguien tenga un título o fama no significa que siempre tenga la razón. Usar la autoridad como si fuera la fuente de la verdad puede convertirse en una trampa. A veces se usa la opinión de “expertos” como excusa para no revisar datos, no contrastar ideas ni debatir. Eso es pereza mental. En pocas palabras: la autoridad puede ayudar y mucho, pero no sustituye la reflexión ni invalida otras voces. Pensar distinto no es un error; es parte del camino hacia la verdad.
El conocimiento y la experiencia tienen valor, escuchar a especialistas es útil y necesario, pero eso no significa que las demás voces deban callar. Un ciudadano sin títulos puede aportar preguntas inteligentes, perspectivas frescas y hasta verdades incómodas que el “experto” no quiso atender. Pero silenciar a alguien por no tener cierta credencial es una forma sutil de arrogancia y, peor aún, una forma moderna e “intelectural” para censurar. Peligroso.
Defender la libertad de opinar no es promover la desinformación; al contrario, es confiar en que, en el libre intercambio de ideas, la verdad termina por prevalecer. Cuando todas las voces pueden hacerse escuchar, también podemos corregirnos unos a otros y acercarnos más a la verdad. La verdad no le teme al debate abierto, el cobarde sí.
No dejes que nadie te quite la alegría de opinar. Hazlo con responsabilidad, sí, informándote y respetando a los demás, pero nunca con miedo. Tu voz es tuya y de nadie más. Úsala para construir, para unir, para inspirar. Que nuestras opiniones sirvan de ladrillo para construir, no para lanzarlo y romperle la cabeza a alguien. En un mundo que a veces quiere callarnos, opinar con libertad, respeto y entusiasmo es un acto revolucionario… y cien porciento humano.
*El autor es Director General de Testa Marketing.
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