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La frontera como identidad creativa

Vivimos la frontera, los que en ella hemos nacido y crecido, los que a ella hemos llegado como hijos pródigos, con una certeza ineludible: que todo está por ser hecho en ella con la fraternidad del nómada y la voluntad del espejismo.

Gabriel  Trujillo

Vivimos la frontera, los que en ella hemos nacido y crecido, los que a ella hemos llegado como hijos pródigos, con una certeza ineludible: que todo está por ser hecho en ella con la fraternidad del nómada y la voluntad del espejismo. Como escritores fronterizos sabemos que construir en este desierto es un acto de esperanza. Ya sea que nos dediquemos a cantar con la poesía o a contar con la crónica o la novela, ya sea que nos dispongamos a interrogar las arenas con el ensayo o la reseña, el escribir es un compromiso por la permanencia y la memoria, un acto de la creación que se adelanta al olvido y funda, en el aire mismo de la tolvanera, un espacio para sentirnos humanos, para sentirnos hermanos en la misma, fatigosa faena de crear un mundo a imagen y semejanza de nosotros mismos.

La epopeya del norte mexicano fronterizo, cada vez más lo confirmo, no es sólo la de la revolución y sus batallas, la del progreso tecnológico e industrial de nuestras ciudades, la del migrante en busca de un sueño mortal o la de la leyenda negra que otros nos adjudican con la mano en la cintura. La epopeya de la frontera cala más hondo y tiene raíces profundas en nuestra forma de encarar la realidad que nos rodea: transformándola a partir de nuestra imaginación artística y nuestro rigor escritural, a partir de ir puliendo, contra viento y arena, los relatos de nuestro paso por el mundo, las imágenes de nuestro entorno. Y es que la frontera es un lugar idóneo para la narrativa de géneros, ya sea la novela policiaca, la ciencia ficción o la fantasía. En todas estas narrativas, cruzar al otro lado, llegar a otros mundos, es el acto fundacional de la historia que se cuenta, de los viajes que se narran. La frontera es el espacio privilegiado donde realidad e imaginación se dan la mano, donde el límite siempre se está expandiendo en todas direcciones.

Los escritores de la frontera, los que decidimos libremente quedarnos a vilo vir y trabajar en ella, somos cronistas de situaciones límites, de heroicidades ignoradas por el resto del país. La responsabilidad que nos adjudicamos es darle voz a los que hasta ahora carecen de voz, ofrecerle a nuestra comunidad una caja de resonancia de sus percances y hazañas, de sus tragedias y triunfos. Una microhistoria que sirva para confirmar lo obvio: somos universales desde nuestros particularismos, somos hijos de una lengua hecha de carencias y faltantes, pero también de luz pura y fulgor intenso. De una lengua cuyo fin último es entablar conversaciones con otras lenguas, crear puentes de comunicación para no sentirnos solos en esta aventura llamada humanidad.

Para crear, para escribir literatura, dice John Berger, se necesita el dolor, la compasión, el escepticismo y la ternura “hacia la experiencia porque es humana”. Frente a políticos, moralistas y comerciantes, que dejan a un lado la experiencia humana porque sólo se preocupan por acciones y productos, Berger precisa que “la mayor parte de la literatura ha sido escrita por los desheredados o por los exiliados. Ambas condiciones fijan la atención en la experiencia y así, en la necesidad de redimirla del olvido, de agarrarla frente a la oscuridad”. Cabe agregar que escribir hoy en día es escribir desde el margen, desde la periferia, desde el límite mismo, porque es aquí donde quedan muchas historias por contar y estas historias son actos de salvación personal, de experiencias colectivas, de cambios sociales que inciden en la marcha misma del mundo en que vivimos.

Se escribe, desde las fronteras, no para provocar una catarsis sino para mantener un recuerdo, para sostener un mundo que ya no existe, para hacer perdurable lo efímero, lo transitorio, lo fugaz. El fronterizo sabe que esa experiencia es única en su periplo, singular en su mito de fundación, vital en su lección comunitaria. La experiencia fronteriza es una búsqueda doble: hallar lo perdido, crear la utopía. Estar en el justo límite entre lo deseable y lo posible, en la frágil línea entre lo que has vivido y lo que quieres vivir. Para los migrantes, la frontera apenas es un borrón en el paisaje. Para nosotros, en cambio, la frontera es el reloj despertador, la fila para pasar al otro lado, el hablar en español con sus vecinos y en inglés con sus capataces. Un mundo doble, lleno de trampas y oportunidades por igual.

*El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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