¿Qué nos falta por ver y conocer?
Junto con mi familia, llegué a Tecate, un 20 de noviembre de 1950, había entonces más o menos 8 000 personas de diversos estados del país.

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Junto con mi familia, llegué a Tecate, un 20 de noviembre de 1950, había entonces más o menos 8 000 personas de diversos estados del país. El territorio de la Baja California estaba en constante crecimiento. El poblado tenía tres calles principales con sus callejones, un parque municipal, un panteón, una iglesia católica y un cruce fronterizo. Yo tenía 10 meses de nacido, así que es poco lo que le puedo relatar de mis experiencias de esa época. Sin embargo, ahora sé que todo estaba en ebullición y en constante crecimiento. Existía un comercio sencillo conformado por pequeñas tiendas de abarrotes, de ropa, farmacias y, por supuesto, la cervecería en ciernes. Teníamos el servicio de la electricidad con un crecimiento consistente, pero lento, agua potable con una escasez extrema, pero se sentía la fuerza y la seguridad de que Tecate crecería y se consolidaría como una ciudad en el futuro. El que llegaba a vivir aquí, rara vez regresaba a su terruño.
Dada la cercanía de todos los negocios, la gente se desplazaba caminando. Por lo que era natural ver y saludar a las personas. Todos nos conocíamos. Cada colonia tenía sus abarrotes y estos eran frecuentados por los vecinos. Solo las fruterías, que son comercios más especializados, se ubicaban en sitios estratégicos y eran frecuentados por gente de toda la población. Pero lo que nos sacaba de los límites geográficos que nos circundaban, eran el teléfono, la radio y la televisión.
A pesar de que formaban parte de la tecnología a la que teníamos acceso, el uso de ellos era limitado. El teléfono era fijo y estaba colocado en cierta parte de la casa, las llamadas eran locales o de larmuerte ga distancia. Para hacer una llamada, era necesario comunicarse con una telefonista, quien hacía la conexión. El radio, que también estaba fijo, necesitaba una antena para obtener la señal. Se escuchaba, más que nada, música, y la comunicación de los locutores era escasa. La televisión, que en un principio fue de blanco y negro, era necesario encenderla con un botón y cambiarles a los canales, con otro. Posteriormente, llegó al pueblo otra distracción que nos impactó positivamente: el cine.
En aquellos felices años nunca nos imaginamos que estos tres artefactos iban a convertirse en un aparatito muy pequeño, con el cual íbamos a tener las tres funciones y muchas otras más: el celular. Este aparatito que nos está conduciendo a la holgazanería, pues se ha convertido en la más esencial actividad de toda la gente, nos llena de información, entretenimiento y diversión con el uso único de las manos y los dedos.
Ni por un momento, los que nacimos a mediados del siglo pasado, nos imaginamos que íbamos a ser parte de este mundo tan informado. Tampoco nos imaginamos que pudiera haber algo más sofisticado que un celular. Pero, si lo hay. Mark Zuckerberg que es el director ejecutivo de la empresa META, que es un conglomerado de tecnología y redes sociales, afirma que sí hay algo que eliminará al celular y lo hará apócrifo: será el uso de anteojos inteligentes lo que los suplirá.
Explica Zuckerberg que, cuando uno está usando la computadora o una Laptop, de repente necesita hacer algo y toma el teléfono para completar esa tarea. En este inter que se pierde, al moverse para tomar y definir qué se quiere hacer, se pierde tiempo y concentración, cuando esto se podría agilizar, enfocando los ojos a cierta parte de los lentes y realizarla. Posteriormente, el uso se extenderá para todas las actividades diarias, dentro de la casa, en la oficina, cuando uno camina sobre la banqueta o maneja el carro. ¿Qué será lo que los nacidos el siglo pasado no comprenderemos tampoco? Vale.
*El autor es licenciado en Economía con Maestría en Asuntos Internacionales por la UABC.
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