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Contar lo nuestro: El muralismo mexicalense

Cuando hablamos de muralismo bajacaliforniano, recordamos las obras monumentales pintadas en las pinturas hechas en los muros de casinos, hoteles, edificios públicos y privados, especialmente en las décadas de los años treinta y cuarenta del siglo pasado.

Gabriel  Trujillo

Cuando hablamos de muralismo bajacaliforniano, recordamos las obras monumentales pintadas en las pinturas hechas en los muros de casinos, hoteles, edificios públicos y privados, especialmente en las décadas de los años treinta y cuarenta del siglo pasado. Pero la verdadera edad de oro del muralismo en nuestra entidad reverdece en los años setenta del siglo XX y su mayor impulsor es un pintor de origen sonorense que llegó a Mexicali para cambiar el aspecto de nuestros muros con vista al público. Hablo, desde luego, de Carlos Coronado Ortega.

Nacido en 1945 en el Distrito Federal e hijo de familia sonorense, Coronado será el impulsor, a partir de 1967, del arte público al dedicarse a pintar murales en cuanta pared encuentra a su paso, ya sea en edificios públicos (como el Palacio de Gobierno, hoy Rectoría de la UABC, la Biblioteca Pública del Estado; el Teatro Universitario de la UABC) y en privados (el Banco Longoria y el Hotel Lucerna). La obra misma de Coronado es el relato monumental, en grandes muros y paredes, de nuestra historia regional. Se puede entonces decir que su obra es una de las epopeyas pictóricas del norte mexicano. Carlos Coronado ha buscado, desde su llegada a Mexicali, promover que los muros de los edificios públicos sean los libros de texto de nuestra historia; el recuento, con imágenes, de nuestro pasado. Fue, en el caso de Baja California, el primero en trasladar este impulso nacionalista a las paredes y muros de oficinas bancarias, hoteles, escuelas y bibliotecas. El muralismo de Coronado ha sido ejemplar en dos sentidos: por un lado demostró, en una época en que no existían espacios para la exhibición de pinturas, que el arte podía acceder a un público numeroso y atento. Por otro lado, dio la muestra de que no era necesario pertenecer a los cánones de la escuela mexicana de pintura para hacer murales; que todo estaba permitido si se hacía con una técnica solvente y depurada, con una visupuestamente global de la temática por tratar y con un gusto por las grandes superficies, por la epopeya regional de nuestros míticos pioneros.

Hombre del desierto, Carlos Coronado Ortega conoce bien la historia local, sus gestos y sus gestas. Su pintura, plena de vívidos colores, responde a una tradición rupestre milenaria que tiene su momento triunfal en el mural Los primeros pasos (1975) de la Biblioteca Pública del Estado: el relato de la evolución de Baja California desde sus orígenes míticos hasta la expansión progresista del sexenio miltoniano: siembra industrial y brazos afanosos que construyen el futuro, incluyendo exploradores, misioneros, campesinos, obreros y profesionistas. En el libro Carlos Coronado (1993), este creador menciona que para 1966: #ya estoy en Mexicali, pero antes viví en Los Ángeles, en el barrio Logan, cuando estaban emergiendo los chicanos. Anduve por todo el circuito de arte de aquel tiempo”.

El mural que marca su etapa de madurez es el de la Biblioteca Pública, del que ha dicho: “Ese mural lo iba a pintar una persona de fuera. No supe quién. Pero al saber que así iba a ser y que cobraría, en ese entonces, setecientos mil pesos por hacerlo, nos juntamos los artistas de aquí, de Mexicali, y fuimos a hablar con el gobernador del estado, que por aquellas fechas era Milton Castellanos. Él nos dijo que nos tomaría en cuenta, y a los pocos días me mandaron pedir el proyecto para el mural. Y allí empezó todo. El mural de la Biblioteca Pública de Mexicali se llama Los primeros pasos. Es una invitación a la niñez para que estudie, para que conozca el pasado de Baja California. En su estructura, el mural es el cuerpo de un águila y el hombre que aparece en el centro en realidad está rompiendo la tierra, está dañando el equilibrio ecológico, porque el águila representa el pensamiento que se expande hacia todas partes. Y el hombre está rompiendo la cadena, pero no una cadena esclavizante, sino la que liga a los seres vivos unos con otros”.

Y a casi cincuenta años de su creación, este mural sigue siendo una historia vivaz, vigorosa, visionaria del pasado de nuestra entidad, pero también es un homenaje a la naturaleza bajacaliforniana, a su aire, a su agua y a su tierra. No desperdiciemos sus riquezas, parece decirnos. No seamos negligentes con ellas, las coloridas, las ancestrales, las nuestras.

*El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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