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Un hombre de armas tomar

El régimen de Cantú atrae a muchos desafectos de la Revolución Mexicana.

Gabriel  Trujillo

El régimen de Cantú atrae a muchos desafectos de la Revolución Mexicana. El núcleo principal de quienes obtienen refugio bajo la protección del coronel son porfiristas de viejo cuño y huertistas que se exiliaron en los Estados Unidos y ahora vuelven a la única parte del país donde no cuentan con una orden de aprehensión. Algunos se dicen orozquistas. Otros suspiran aún por el difunto general Bernardo Reyes. La mayoría hizo y deshizo con el usurpador Victoriano Huerta. Pero también llegan los integrantes de facciones revolucionarias en retroceso, como el coronel villista Alberto García.

El Chronicle reporta el 25 de julio de 1916 que este ayudante militar de Pancho Villa en Sonora ahora es miembro de la policía en Mexicali, aunque en Sonora es buscado por cargos de robo y asesinato, además de recibir apoyos monetarios de las compañías mineras extranjeras para que protegiera sus propiedades. Entrevistado por el periódico de Calexico, García afirma que: “todo lo que se hizo en Sonora lo hizo como una cuestión de guerra. Se hicieron ciertos prisioneros; no había cárcel donde meterlos, no había comida que darles, había que hacer algo. La única salida era el pelotón de fusilamiento, y esperaba correr la misma suerte si era capturado. Finalmente, García se adentró en la línea de Estados Unidos y fue encarcelado en Tucson, Arizona. Estuvo allí durante cinco o seis meses. Los estadounidenses contrataron abogados para él y finalmente lograron que lo deportaran, pero no al otro lado de la línea hacia Sonora. El propio García admite que, sin duda, si entrara en Sonora correría una suerte rápida. Los funcionarios de inmigración, no deseando enviarlo a una muerte segura, permitieron que fuera deportado desde este punto, y fue recibido como un miembro de la familia oficial del coronel Cantú. Es seguro que no será devuelto si es enviado después, ya que aparentemente es muy popular en Mexicali”.

Tal es el carácter del círculo cercano al gobernador Cantú: gente probada que no se arrepienten de sus actos de guerra. Alberto García sirve en Mexicali en puestos policiacos, pero sólo hasta la llegada del gobierno del general Abelardo L. Rodríguez asciende a posiciones de mando como jefe de la policía del valle de Mexicali, donde fue el azote de los campesinos mexicanos que querían arrebatarle las tierras a la Colorado River Land Company. En sus artículos periodísticos, Peritus recordaba el terror que causaba su presencia como ejecutor expedito de cualquiera que se pusiera en el camino de los intereses extranjeros.

Para fines de 1931, García era el jefe de la policía rural en Mexicali y se trasladaba en su auto por la carretera de Yuma a Calexico. En Midway Wells varios automovilistas que pasaban vieron su auto estacionado, con las luces prendidas, a un lado de la carretera. A nadie se les hizo sospechoso hasta que pasaron dos agentes vendedores de la cervecería ABC, que reconocieron el auto y se detuvieron a ver qué ocurría. Eran Enrique Olea y Luis Pellegrín. Lo que descubrieron fue el cuerpo de García acribillado, con el rostro irreconocible. Era la mañana del domingo 13 de diciembre de 1931 y la policía de Calexico descubriría pronto que el asesinato tuvo lugar a las últimas horas del sábado.

El problema de hallar a los responsables era que, como jefe policiaco, García contaba con centenares de personas que tenían motivo para matarlo. Pero pronto dieron con los responsables: el matrimonio de Dan e Isabel Marrón, que disputaban un rancho con el occiso en el valle de Mexicali y por esa causa ahora vivían del lado americano por haber sido obligados a huir de Mexicali. Otras versiones hablaban de que un familiar suyo había sufrido la ley fuga a manos de García y su muerte era una venganza.

El 14 de diciembre, la policía supo que Isabel al volante de un auto y Dan, como copiloto y portando una escopeta, habían esperado que pasara el carro de García cerca de Midway Wells, lo habían perseguido, se habían puesto a su lado y Dan había disparado su escopeta varias veces contra el oficial de la policía mexicalense. Su muerte llevó a que el gobierno bajacaliforniano diera amplias condolencias a la familia, pero muchos perseguidos políticos pensaron que con su fallecimiento se quitaba un obstáculo para recuperar las tierras del valle de Mexicali y que éstas fueran de nuevo de México y para los mexicanos. Al morir, García apenas contaba con 41 años de edad.

*- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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