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‘Cuando un amigo se va…’ Federico Benítez a 30 años de su muerte

“El hombre honesto no teme la luz ni la oscuridad”. Thomas Fuller

“El hombre honesto no teme la luz ni la oscuridad”. Thomas Fuller

Primero fue mi Jefe, luego mi amigo y al final mi compañero de trabajo, pero de todos ellos aprendí a valorar a un gran hombre.

El “Federico Jefe” fue aquel que apoyó para que me contrataran como Director de Coparmex, a finales de los años ochenta y que, como Tesorero de esa Institución, me dio grandes enseñanzas. Era duro, pero justo, alguien en quien podías confiar, pero que también sabía exigir resultados.

En la empresa donde trabajaba, la extinta maquiladora Juegos California, duró casi 20 años, iniciado como bodeguero, hasta llegar a convertirse en Administrador Único, pero logrando al mismo tiempo titularse como abogado.

El “Federico amigo” nace casi inmediatamente después de conocerlo, pero poco a poco va creciendo esa identificación con el hombre honesto que, alejado de vicios, cortaba religiosamente su bigote cada cuaresma y dejaba totalmente el cigarro durante esos 40 días de reflexión. Como recuerdo las burlas que los medios de comunicación hacían de él cuándo al frente de la policía de Tijuana aparecía sin su característico bigote, el cual siempre fue su orgullo, por eso lo cortaba en señal de penitencia.

Recuerdo que cuando tomamos la decisión de entrar al Ayuntamiento, me llevó a su casa a mostrarme su auto nuevo, el cual había comprado días antes de iniciar nuestro nuevo trabajo, para que no lo tacharan de enriquecimiento ilegítimo, un modestísimo Buik Skylark usado de unos 4,000 dólares.

Al entrar al Ayuntamiento de Tijuana, nos identificamos todavía más, pues Federico era la única persona que conocía en ese gabinete, por lo que buscaba hacer equipo con él.

En su faceta de compañero de trabajo, tuvimos innumerables pleitos, después de los cuales, su Secretaria Ángeles, me buscaba para pedirme que hiciéramos las paces como niños chiquitos, pues Federico siempre buscaba que las cosas se hicieran casi de inmediato, lo cual contrastaba con mi posición, como Oficial Mayor que me obligaba a observar una serie de regulaciones, lo mismo para la compra de sus anheladas patrullas, que sus movimientos de personal o la adquisición de diversos equipos tácticos.

Anécdotas de él hay muchas, como cuando le prestamos una panel para que hiciera sus traslados de reos en lo que le autorizaban el presupuesto. A las semanas nos la regresó “balaceada”; o cuando en las lluvias de enero de 1993 y ante el caos de la Ciudad, lo vimos dirigiendo el tránsito como cualquier otro policía y qué decir de cuando me pidió cancelar los contratos de arrendamiento de las caballerizas del Cortijo San José, en Playas de Tijuana, donde también se encontraba la Academia de Policía y que por los olores del lugar resultaba imposible estudiar a sus alumnos. A su estilo me dio un ultimátum diciéndome: “O sacas a los caballos de ahí para tal fecha o yo mismo los saco”. Cumplió su promesa y sacó a los caballos a la calle, mientras yo tuve que lidiar con los arrendatarios y sus demandas.

Ese era mi amigo que luchó por servir a su Ciudad y que su mayor delito fue investigar aquello que al Estado y a la Federación les daba miedo conocer, como la existencia de esa segunda arma en la muerte de Luis Donaldo Colosio, temas que comprometieron su vida.

Desde aquí te mando un abrazo fuerte, Federico. Sigue volando alto.

*El autor es asesor empresarial en cabildeo.