Edición México
Suscríbete
Ed. México

El Imparcial / Columnas / Columna Tijuana

El monólogo

México es un país diverso y plural, donde caben todas las voces, voces que no han sido escuchadas, el autoritarismo ha instalado un solo discurso, un pensamiento único, no se permiten las voces disidentes, aunque se afirme lo contrario.

México es un país diverso y plural, donde caben todas las voces, voces que no han sido escuchadas, el autoritarismo ha instalado un solo discurso, un pensamiento único, no se permiten las voces disidentes, aunque se afirme lo contrario. Lo que existe es un monólogo, un discurso elaborado por un solo individuo, en el que reflexiona o habla consigo mismo. Así, el monólogo se contrapone al diálogo, que es él que debe prevalecer en regímenes democráticos. El monólogo es propio de las casi extintas monarquías o dictaduras de izquierda o derecha que existen y han existido en el mundo. En las naciones democráticas el diálogo y la negociación son las herramientas que se utilizan para mejorar la armonía social y revertir situaciones económicas adversas y renovar la política con los partidos, como se procura en muchos países del mundo. A pesar de ello, en nuestro país se ha intentado regresar al pasado autoritario, donde la concentración del poder hacía del soberano la única voz de mando. Se cree dueño de la verdad absoluta y dueño de vidas y haciendas propias de la época medieval. El presidente AMLO, después de su triunfo contundente en las urnas con más de 30 millones de votos, ha acentuado el énfasis en construir una narrativa única en el país, desdeñando a los partidos políticos y a las bancadas de las cámaras de diputados y senadores, que le han generado resistencias para lograr acuerdos sobre las reformas que él desea instrumentar.

El fracaso también con los empresarios, es también evidencia de no llegar a acuerdos y negociaciones. Han sido muchos intentos fallidos de la clase empresarial por ser escuchadosporelpresidente,quealafechanohanrendidofrutospara incentivar la inversión y sacar al país del “del fantasma de la recesión económica” que se cierne sobre su administración.

Hemos escuchado expresiones “el presidente oye, pero no escucha”, tal vez parafraseando a Carlos Salinas de Gortari cuando se refería al PRD, “Ni los veo, ni los oigo”. Esta frase lapidaria podría aplicarse y extenderse hacia la clase empresarial, a los partidos políticos y a todos sus adversarios en general. La esencia de la política es el diálogo y la negociación.

El presidente prefirió invertir su enorme capital político, su indudable legitimidad democrática, en deshacer reformas anteriores, como la educativa, que en construir nuevos acuerdos; ha privilegiado la confrontación y no el diálogo, tampoco la negociación y la reconciliación. Que presume de nunca haberse sentado a dialogar con la oposición, en más de tres años degobierno,unpresidentequedespreciaaquienesnopiensan igual que él y que utiliza el monólogo mañanero para denostaracríticosyperiodistas,esunhombrequenocreeenlapolítica. Lo suyo lamentablemente ha sido la arenga de campaña, noelparlamento.Lofuertedeél,eselmonólogodelosmítines, no la construcción de acuerdos. Lo más vehemente es gobernar, no elaborar leyes o crear instituciones.

El presidente desconfía de los partidos que dominaron el sistema político en las últimas décadas, lo suyo es dar órdenes, y por eso sólo se reúne con dirigentes y coordinadores parlamentarios de Morena, a quienes cada seis meses congrega en Palacio Nacional, no para escucharlos, sino para decirles qué hacer. Hay polarización y el tono va subiendo. El Presidente, con la legitimidad obtenida en las urnas, debería ser el primero en distender el ambiente, abrirse a escuchar otras voces y comenzar el diálogo con ellas. Se supone que su lucha fue siempre por la democracia. Es momento de reconocer la pluralidad y el desacuerdo, no de imponer un monólogo desde el poder. Bien le haría al presidente sentarse a dialogar con todas las fuerzas políticas del país, de no hacerlo, el cambio de sexenio sería un “Tsunami”, no sólo económico, sino también político y en donde todos los mexicanos tendríamos que pagar “los platos rotos” por falta de diálogo y negociación. Aún está a tiempo de cambiar la historia y no pasar al arcón de los recuerdos como el peor presidente de la época moderna de México.

En esta nota