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Rogelio Cuéllar: el retratista del arte

En la historia de la fotografía la constante universal es que esta es omnívora: captura todo lo visible e invisible del entorno que es suyo, de los tiempos que mira.

En la historia de la fotografía la constante universal es que esta es omnívora: captura todo lo visible e invisible del entorno que es suyo, de los tiempos que mira. Dentro de su amplia temática, sin embargo, el retrato de personajes insignes ha sido una fuente de obras artísticas que, en muchas ocasiones, ha mostrado su maestría para sacar de políticos, estrellas del espectáculo y deportistas sus mejores facetas para consumo de la sociedad de la información como de los interesados por la moda. Una arista que ha ido consolidándose en las últimas décadas es el retrato de artistas en su espacio de creación: pintores en sus estudios, escritores con su pluma en mano, cineastas con su cámara al hombro.

En México, desde del siglo XX hasta la fecha, esta tendencia de la fotografía nacional ha ido tomando preeminencia gracias a la aparición de la prensa ilustrada en general y del surgimiento de los suplementos culturales en particular. Pero el fotografiar a los creadores mexicanos no como parte de una pasarela mediática de los famosos, sino como una tarea sistematizada, desde las entrañas de la creación misma, que requiere esfuerzo y empeño, voluntad y talento por igual, que pretende conformar una investigación creativa de la vida cotidiana de pintores, músicos o escritores, para nombrar solo algunas de las disciplinas artísticas a retratar, es cosa poco usual en nuestro medio fotográfico.

Por eso mismo Rogelio Cuéllar (1950) es un parteaguas en esta labor de hacer de los artistas nacionales el centro perdurable de su atención, de mantener una indagación sobre cada uno de ellos y del entorno que los enmarca y define, que les da expresión e identidad. Cuerpos, rostros y miradas que, en conjunto, responden a una elección de vida, a una vitalidad que salta del creador a sus obras, de sus ojos a las palabras que eligen, a los colores que imaginan; de sus manos a los libros que escriben, a las pinturas que colorean el mundo. Desde sus primeras fotografías a un adusto Juan Rulfo, en el Centro Mexicano de Escritores en 1969, hasta las más recientes imágenes a pintores jóvenes, a poetas emergentes, Cuéllar ha llevado a cabo un inventario de nuestros creadores como representantes de nuestras luces y sombras, de nuestros usos y costumbres, desde la perspectiva de un fotógrafo capaz de ir a fondo, de meterse en la piel y en la imaginación de sus retratados.

En la obra de Rogelio destaca la sabiduría del instante preciso, la mirada que privilegia lo íntimo sobre lo público, el interés genuino por presentarnos un ser humano antes que un monumento oficial. No hay en sus fotografías el deseo de crear un pedestal visual de estos artistas mexicanos cuando su camino pasa por la calidez, la ternura, la empatía. Basta ver la mirada festiva de Juan José Arreola o el gesto de fastidio de Ricardo Garibay para saber que estamos ante criaturas prodigiosas pero que comparten con nosotros sus gozos y dolencias, sus dudas y certezas gracias a la virtud de Cuéllar de entregarnos a estos creadores de cuerpo entero, sin ocultamientos, sin disfraces. Tal cual son.

Y esta suma de experiencias en carne viva, en espíritu completo, está presente en libros suyos como Cuatro décadas del rostro de la plástica 1972-2011 (2012) y El rostro de las letras (2014), donde Cuéllar nos ofrece la posibilidad de comprender, a plenitud, lo que estos pintores y escritores hacen y deshacen, lo que estos artistas han decidido es su destino. Todo cabe aquí más allá de telas y pinceles, de bibliotecas y máquinas de escribir. Ya sea que veamos a estos autores en su orden impecable o en su caos implacable, las imágenes de Rogelio nos proporcionan una ventana para contemplar al artista en sus gustos y manías, en sus espacios de relajación o convivencia. Lo que vemos aquí es al gremio artístico como centro de nuestra identidad nacional, donde la realidad de cada uno de estos creadores brilla con luz propia, esplende en sus humores y guiños de complicidad.

Hoy Rogelio Cuéllar se ha convertido en un maestro para muchos fotógrafos bajacalifornianos, a los que ha dado talleres en los Centros Estatales de Arte y su obra ha sido expuesta en el Cecut en Tijuana. Su sabiduría ahora ha pasado a otros artistas del lente, como Luis Rodríguez y Leonardo Baldenegro. Su impronta sigue vigente: el ojo no es un órgano para ver sino para imaginar.

* El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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