Quietud en movimiento
Los Estados justifican su existencia en la medida que gozan de soberanía sobre su territorio y población. Es decir, ellos son los que deberían de tener el poder de tomar toda decisión política dentro de sus fronteras. Cualquier intento de un Estado “A” de entrometerse en asuntos de un Estado “B” es considerado como una injerencia extranjera o una violación a su soberanía. Esencialmente ese fue el paradigma que emanó de la Paz de Westfalia de 1648 donde las pretensiones de dominio universal de los imperios europeos “llegaron a su fin” tras siglos de invasiones y ocupaciones extranjeras. En adelante, cada Estado estaría delimitado por su territorio y solamente dentro de él podría tener poder político; nació el Estado-nación. Por supuesto, la Paz de Westfalia en la realidad fue un simple reacomodo de poder y los siglos posteriores al siglo diecisiete fueron testigos de algunos de las conquistas más brutales de la historia: las Guerras Napoleónicas, la Gran Guerra y la Segunda Guerra Mundial. Esta última trajo consigo un nivel de destrucción tan bestial que los Estados-nación tuvieron que organizarse para evitar la extinción de la humanidad. Desde entonces, la cooperación y el desarrollo entre Estados-nación han sido una constante a través de la creación de organizaciones como la ONU o la OMC o la celebración de tratados como el TLCAN (hoy T-MEC) o el TPP. En cierta medida, los Estados cedieron parte de su soberanía con el fin de obtener ciertas ventajas como pertenecer a una zona libre de comercio. Esta cesión parcial de soberanía ha tenido resultados buenos y malos dependiendo de tu lugar de origen o nivel socioeconómico. Por ejemplo, la globalización ha logrado sacar de la pobreza en China a la cantidad asombrosa de 500 millones de personas. En cambio, en algún pueblo postindustrial en el estado de Virginia del Oeste una fábrica de acero cerró sus operaciones dejando a miles sin empleo. En esto de la globalización hay ganadores y perdedores. Para México, su entrada a la globalización fue mediante el TLCAN por virtud del cual se creó una zona de libre comercio con Canadá y Estados Unidos. El mercado de exportaciones se revolucionó, los precios de numerosos productos bajaron, pero, a su vez, el campo fue abandonado y los salarios se estancaron. Unas cosas por otras. Trump hizo del TLCAN uno de sus rehenes al culparlo de desmoronar la industria manufacturera estadounidense. Logró que se renegociaran ciertos aspectos y hoy queda pendiente la ratificación del producto final, el T-MEC. Sin embargo, el partido demócrata condicionó sus votos necesarios para ratificarlo a que México modificará su legislación laboral en materia de salarios y sindicatos (sumamente urgente). México ha respondido con reformas constitucionales y legales en consecuencia porque necesita que haya T-MEC. Es decir, sólo mediante presiones extranjeras nuestro gobierno actúa en favor de sus gobernados, en este caso, la clase obrera. Ante la corrupción e incompetencia de nuestra clase política, pareciera que los grandes cambios llegarán mediante la cesión parcial de nuestra soberanía. Hacer política en la era posmoderna. * El autor es abogado egresado de la Universidad Panamericana
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