Radiactiva*
Caminaba con mis perros alrededor de mi cuadra a eso de las ocho de la noche. Como las casa y departamentos están protegidos con altas bardas y no hay ni ventanas que permitan interactuar, la realidad es que los vecinos casi no nos conocemos Luego de dar un par de vueltas, observé que un auto estacionado tenía la cajuela entreabierta… Estuve a punto de acercarme y cerrarla de un portazo, pero fue allí donde comenzaron a atacarme las dudas. Si la cierro y los dueños me ven haciendo esto, podrían pensar que yo fue quien la abrió y entonces me metería en tremenda bronca por andar de buen samaritano. Para evitar este penoso e innecesario problema, toqué el timbre pero nadie salió. Entonces desistí y me convencí a mí mismo que no era mi bronca, total era sólo la cajuela, ¿qué podría pasar? Durante toda la siguiente vuelta, traje el “remordimiento” en la cabeza. Pensé que alguien podría meterse por la noche a través de la cajuela, botar los asientos traseros y robarse el carro. Imaginaba que los vecinos a la mañana siguiente comentarían que en la colonia se robaron un Nissan blanco y sólo yo sabría que fue mi culpa no haber hecho nada para impedirlo. Caray, de ser yo el dueño, me habría gustado que un vecino hiciera lo necesario para advertirme a tiempo, en lugar de cruzarse de brazos y decir “no es mi bronca”. Al terminar la quinta vuelta, me armé de valor. Llamé a la puerta del vecino, pensado que quizá siendo casas aledañas, podrían conocerse ambos residentes, pero tampoco nadie respondió. Si alguien llama a tu puerta de noche, lo que todos haríamos sería no abrir o fingir que no estamos en casa, pues sólo un desconocido tocaría, en lugar de marcarte por teléfono. Pero no me iba a dar por vencido, tomé una piedra y toqué de manera mucho más sonora la puerta principal del “presunto propietario del auto”. Ante mi insistencia, una voz femenina me preguntó algo estresada, qué era lo que sucedía. Desde la calle le comenté la situación y luego de un breve silencio, me dijo gracias. A la siguiente vuelta, como 5 minutos después, vi que un muchacho se asomaba por la barda de la casa, intentando ver si acaso era cierto que la cajuela de su carro estaba abierta. Seguramente tuvo miedo, pensando que podría tratarse de una mentira con la intención de hacerlo salir y asaltarlo o algo peor. Tristemente yo tuve miedo de ayudar a un vecino y él tuvo miedo de ser ayudado. Vergonzosamente, a temer a toda hora y momento, es lo que México nos ha enseñado. * El autor es graduado de la licenciatura en Derecho de la UABC, escritor y conductor de radio.
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