Diálogo empresarial
En este día, cuando celebramos los 102 años de la promulgación de nuestra Constitución, vale la pena preguntarnos qué significa vivir en un país de leyes y cómo hemos llegado como sociedad hasta este punto del camino en que nos encontramos. Nuestra historia constitucional es rica y fascinante. La primera semilla de una Carta Magna mexicana fue la Constitución de Apatzingán, promulgada por José María Morelos en 1814, aún en plena guerra de Independencia. Diez años después, ya como república independiente, tuvimos nuestra primera Constitución Federal en 1824, la primera en dar personalidad jurídica a las entidades federativas y en delimitar las atribuciones de cada poder. La Constitución liberal de 1857, promulgada también en 5 de febrero, se adelantó a su época. Fue una constitución vanguardista que por primera vez abolió fueros y privilegios de casta y que colocó a todos los ciudadanos mexicanos como iguales ante la ley. Aunque las reformas no han sido pocas, el espíritu de la Constitución de 1917 sigue vigente. Las garantías individuales, baluarte de nuestra Carta Magna, y la estructura jurídica del Estado mexicano no se han modificado. De ahí la importancia de preservar y consolidar el estado de derecho que con tanto trabajo hemos ido construyendo. No ha sido sencillo conformar y hacer respetar el andamiaje institucional que nos convierte en un país de leyes. Tenemos mucho trabajo por hacer, es cierto, pero la realidad es que hemos ido consolidando una democracia, un equilibrio de poderes y un federalismo que aunque son perfectibles, ya se viven en la práctica. Tenemos instituciones autónomas y confiables que fungen como contrapeso político y resguardan la imparcialidad en materia de procesos electorales, garantías individuales y política económica como son La Comisión Nacional de Derechos Humanos, El Instituto Nacional Electoral y el Banco de México, por mencionar solo tres pilares que debemos resguardar. Sin embargo, creo que la parte más importante y trascendental del estado de derecho, es la forma en que los ciudadanos convivimos cotidianamente con la ley y la manera en que asumimos su cumplimiento. Se puede ser en el papel un país de leyes y no vivir la cultura de la legalidad en la práctica, algo que por desgracia vemos todos los días y en todas partes. La cultura de la legalidad son todos aquellos valores, percepciones y actitudes que la persona muestra frente a las leyes y las instituciones que las ejecutan. Podemos tener una Carta Magna intachable que se vuelve letra muerta cada que la cultura de la legalidad se quebranta. No podemos exigir un pleno estado de derecho y al mismo tiempo evadir la ley. No se vale exigir un orden constitucional perfecto, pero al mismo tiempo sobornar a un policía, tramitar en lo oscuro un permiso de construcción que viole reglamentos, pasar por encima de derechos laborales o comprar piratería, por mencionar solo unos cuantos ejemplos cotidianos. Un verdadero país de leyes es aquel en que la cultura de la legalidad forma parte de la diaria convivencia a todos los niveles. Cuando quebrantar la ley sin consecuencias se vuelve parte de la vida cotidiana, se llega a la crisis de inseguridad, delincuencia y corrupción que a tantos lugares de México afecta. La mejor forma de celebrar y honrar la Constitución es viviendo, compartiendo e impulsando la cultura de la legalidad en nuestra vida diaria.
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