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Mirador

-Cuéntame un cuento, mamá. -Si te lo cuento ¿me prometes que te dormirás? -Sí, mamá. Te lo prometo. Ella sabe muchos cuentos. Los escuchó de niña en labios de su madre. Sabe el de Blanca Nieves, claro; el de la Cenicienta, Pulgarcito y la Bella Durmiente. Sabe también el de Aladino y la lámpara maravillosa, el de Sinbad el marino y el de Alí Babá y los 40 ladrones. Y otros menos sabidos sabe: el del sastrecillo valiente, el de la niña de los fósforos, el de Riquet el del jopo. Esta noche le cuenta el del patito feo. Lo termina con la antigua fórmula: "Y colorín colorado, el cuento se ha acabado; el que no se levante se queda pegado". El anciano se ha dormido ya. Porque no era un niño el que pedía un cuento; era un pobre hombre con la razón nublada por la edad. Creía que su esposa era su mamá, y cada noche quería que le contara un cuento. Y ella, amorosa, se lo contaba con ternuras de madre para su hijo. Esto que hoy he relatado no es cuento; es verdadera historia. La vida tiene historias que parecen cuentos. ¡Hasta mañana!...

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