Sabías que no comer a tus horas podría influir en tu vejez, según un estudio de 30 años
Este estudio, realizado en el Reino Unido, explica que con el paso de los años las personas tienden a no comer a sus horas.

La alimentación y mantener un horario regular para comer son claves para llevar una vida sana y prevenir enfermedades como gastritis, colitis, entre otras.
Otro factor relacionado con la alimentación es la edad, ya que, conforme pasan los años, nuestro cuerpo tolera menos las comidas pesadas. Por eso, investigadores han realizado estudios durante 30 años sobre cómo los hábitos alimenticios pueden influir en la longevidad.
Este estudio, realizado en el Reino Unido, explica que con el paso de los años las personas tienden a no comer a sus horas. Aunque pueda parecer un detalle trivial, este comportamiento tiene profundas conexiones con la salud física, la genética y la supervivencia.
De acuerdo con un artículo de la revista Muy Interesante, para esta investigación se siguió a 2,945 adultos mayores durante más de tres décadas, analizando cómo cambiaban sus horarios de comida a lo largo de la vida. El estudio se llevó a cabo gracias al Estudio Longitudinal de la Universidad de Manchester sobre Cognición en el Envejecimiento Normal y Saludable, que recopiló datos desde 1983 hasta 2017.
Las edades de los participantes oscilaban entre 42 y 94 años al inicio. Ellos informaban regularmente a qué hora desayunaban, comían y cenaban, además de contestar encuestas sobre salud, sueño y hábitos de vida. El resultado fue un mapa detallado de cómo la vejez mueve las agujas del reloj de la alimentación.
Con el paso del tiempo, el desayuno y la cena se retrasaban; el punto medio de la ingesta se desplazaba a más tarde y la ventana total de alimentación se acortaba. Curiosamente, el almuerzo se mantenía estable, quizá por su fuerte arraigo cultural como comida central del día.
¿Qué pasó cuando los participantes retrasaban sus comidas?
La investigación no solo se centró en medir los horarios, sino que también cruzó estos datos con el estado de salud de los participantes. El patrón fue claro: las personas con más problemas físicos o psicológicos tendían a retrasar el desayuno.
Los principales factores relacionados con el retraso de la primera comida eran la fatiga, los trastornos de salud bucal, la depresión y la ansiedad. Además, la presencia simultánea de varias enfermedades —una condición conocida como multimorbilidad— incrementaba aún más la probabilidad de posponer el desayuno.
Estos hallazgos sugieren que el horario de las comidas podría actuar como un indicador indirecto del estado de salud. Una simple pregunta como “¿a qué hora desayuna usted?” podría ofrecer pistas valiosas sobre el bienestar de una persona mayor.
Genética
En el estudio, los investigadores concluyeron que la biología también ejerce su influencia. En un subgrupo de más de mil participantes, se analizaron perfiles genéticos vinculados tanto al :
- cronotipo : es decir, la tendencia a ser más “diurno” o más “nocturno” como a la obesidad.
Los genes asociados a un cronotipo vespertino se relacionaron de manera consistente con hábitos de alimentación más tardíos. Según el artículo publicado en Muy Interesante, las personas con esta predisposición genética tendían a desayunar, almorzar y cenar algunos minutos más tarde que el promedio, además de presentar una ventana diaria de alimentación más reducida.
Por otro lado, los genes asociados con la obesidad no mostraron una relación clara con los horarios de comida, aunque sí con la duración total del tiempo dedicado a alimentarse.
Estos resultados refuerzan la idea de que la inclinación a ser madrugador o trasnochador no solo impacta en los patrones de sueño, sino también en los ritmos alimentarios.
Comer temprano o tarde
Al estudiar los patrones de horarios, los investigadores distinguieron dos grupos principales:
- Personas que se alimentan temprano : Los primeros seguían un esquema de comidas adelantado.
- Personas que se alimentan más tarde: Los segundos iban retrasando progresivamente sus horarios con el paso de los años.
Las diferencias no fueron meramente estadísticas. Diez años después de iniciado el seguimiento, la tasa de supervivencia era del 89,5 % en el grupo madrugador, frente al 86,7 % en el grupo que comía más tarde. Esta diferencia, aunque moderada, sugiere una posible relación entre el momento en que se realizan las comidas y la longevidad.
El desayuno fue el factor con mayor influencia: cuanto más tarde ingerían alimentos, mayor era el riesgo de mortalidad en los años siguientes, además de otros factores como el estilo de vida, el sueño o el estado socioeconómico.
Los científicos señalan que hay varias explicaciones. A largo plazo, retrasar la comida puede reflejar pérdida de apetito, depresión, fatiga o dificultades para preparar alimentos, problemas frecuentes en la vejez.
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