Según expertos, los bots en internet tienen más influencia en la opinión pública de lo que imaginamos
Los bots y algoritmos están manipulando la opinión pública en redes sociales, creando emociones y tendencias falsas que distorsionan la realidad.
CIUDAD DE MÉXICO.- En los últimos años, la sensación de que la opinión pública se ha desdibujado no es solo paranoia: podría ser un hecho. Millones de bots operan a diario en redes sociales, manipulando conversaciones, inflando tendencias y amplificando emociones que parecen espontáneas. Estas entidades digitales, sin rostro ni pausa, siembran confusión con una eficacia inquietante.
Voces sincronizadas en la oscuridad
Esta manipulación masiva afecta directamente a la democracia. Ya no se trata de militares ni golpes de Estado, sino de algoritmos que moldean el pensamiento colectivo. La desinformación ya no necesita pruebas para convertirse en escándalo, y lo que antes era un delito, como la manipulación bursátil, hoy se disfraza de entretenimiento viral.
El columnista Matt Levine lo resumió de forma mordaz: “Pump and Dumps Are Legal Now”. La frase refleja cómo prácticas financieras antes ilegales ahora prosperan entre aplausos digitales, mientras los mercados, y la credibilidad pública, se tambalean ante el entusiasmo fabricado.
Bots: arquitectos de la emoción viral
El fenómeno no se limita a la economía. Según la plataforma Chatterflow, detrás de muchas explosiones emocionales en redes se esconden cuentas automatizadas. Estos bots son capaces de generar campañas masivas de entusiasmo o destrucción, operando como enjambres entrenados para ejecutar una agenda específica.
Desde la caída de bancos hasta las guerras culturales, los rastros son los mismos. Los bots no solo influyen en la percepción de eventos: también están escribiendo la historia. En cada crisis reciente, su intervención ha ayudado a instalar versiones simplificadas, divididas y polarizadas de la realidad.
La guerra en Gaza ofrece un ejemplo claro. La lucha no solo ocurrió en el terreno, sino en plataformas como TikTok, X e Instagram. Los contenidos virales disfrazaron propaganda de información y manipularon emociones según la audiencia. En algunos casos, las mismas cuentas difundieron mensajes opuestos en distintas regiones, cambiando apenas el guión.
La opinión pública ya no es del pueblo
Jacki Alexander, directora de HonestReporting, advierte sobre un cambio generacional profundo: “Los menores de 30 años ya no usan Google”. Ahora, la verdad se consume en forma de clips cortos, sin contexto ni verificación, pero con apariencia de autenticidad. Esa ilusión de autonomía refuerza narrativas creadas para manipular.
Lo preocupante no es solo que las emociones sean fabricadas, sino que se perciban como genuinas. Miles de vistas, likes y comentarios pueden surgir de cuentas inexistentes. Las campañas de odio o adoración son cada vez más orquestadas, sin que el público se dé cuenta de su origen artificial.
Frente a esta situación, las métricas tradicionales han perdido valor. Ya no se puede confiar en los indicadores de popularidad o credibilidad. Todo puede ser creado o destruido por intereses ocultos, en cuestión de horas, con la precisión de una operación quirúrgica.
Una guerra silenciosa por la percepción
Los gobiernos y los medios tampoco están al margen. Algunos caen en la trampa; otros, directamente la utilizan. Israel, por ejemplo, empleó cuentas falsas para influir en legisladores estadounidenses. En esta guerra por la atención, no se trata de quién dice la verdad, sino de quién logra más visibilidad.
Vivimos una época de astroturfing emocional, donde las campañas no nacen de la gente, sino de estrategias cuidadosamente diseñadas. El debate público se parece más a una escenografía digital que a un espacio real de participación ciudadana.
La paradoja es contundente: mientras más voces parecen hablar, más difícil es entender qué es auténtico. Las emociones que sentimos podrían ser apenas ecos diseñados por alguien más. Y aunque no lo sepamos, el guión de nuestras conversaciones ya lo escribió una máquina.