Epigmenio Ibarra

Fueron las y los norteamericanos y las y los argentinos quienes eligieron a Donald Trump y a Javier Milei.

Abundan en la historia ejemplos de que la democracia como la razón -parafraseando a Francisco Goya- también produce monstruos.

Que, cuando se trata de traer la justicia y el bienestar a un país como el nuestro, que fue sometido y saqueado durante décadas por uno de los regímenes más autoritarios, represivos, corruptos y longevos de la historia moderna, “la nada tiene prisa” como decía Pedro Salinas.

Es la fuerza de la convicción la que mueve a Claudia Sheinbaum.

Cuando el PRI y el PAN negocian, bajo los auspicios del gobierno de los Estados Unidos, la llamada transición a la democracia en el año 2000 comienza su ascenso, hasta la cúspide del poder, Genaro García Luna.

Tanto Calderón como García Luna al operar entonces como siervos de una potencia extranjera traicionaron a México.

No van por un cártel de la droga; van por el petróleo de Venezuela.

No van por un cártel de la droga; van por el petróleo de Venezuela.

Para impedir que al país lo devoren esos monstruos que, según Antonio Gramsci, nacen en el claroscuro que se produce “cuando el viejo mundo se muere y el nuevo aún no termina de nacer”.

Un golpe decisivo tanto al autoritarismo como a la corrupción y a la impunidad es la Reforma al Poder Judicial...

Permítame presidente Trump citar a Jonathan Swift y hacerle “una modesta proposición”.

Desde el 2018, cuando pacífica y democráticamente una amplísima mayoría ciudadana puso fin a un régimen corrupto en el que gobernantes venales y capos del narcotráfico eran dos caras de la misma moneda.

Lo que, las izquierdas y en general los movimientos progresistas aún no han visto, ya lo tiene absolutamente claro la ultra derecha que lucha por imponer, en el hemisferio occidental al menos, una nueva era de oscuridad e intolerancia.

México, aquí en la vecindad del imperio, es esperanza para el mundo.

Yo no defiendo a Adán Augusto López Hernández.