"Saborean" tener su vida en Banámichi
La familia Peregrina Cázares dejó Hermosillo para establecer una panadería en esta población y vivir de manera más relajada.

SEGUNDA DE TRES PARTES
Buscar un mejor lugar para la crianza de sus hijos y tener una vida simple, así como aportar al ambiente con la utilización de energías limpias en su negocio, llevó a la familia Peregrina Cázares a mudarse de Hermosillo a Banámichi.
La pareja vivía en Hermosillo con sus dos hijos, a simple vista lo tenían todo, incluido un negocio: Una panadería la cual en menos de dos años hicieron crecer e incluso generaron empleos, pero se detuvieron a hacerse varios cuestionamientos.
“¿Lo estamos haciendo bien?”, “¿es esto lo que queremos realmente?”, “¿qué estamos aportando a nuestros hijos y al planeta donde vivimos?”, se cuestionaron Mauricio e Inés cuando decidieron hacer un alto para pensar sobre el rumbo de sus vidas.
Decidimos vivir fuera de la ciudad, estábamos en Hermosillo y queríamos tener un poquito más de tiempo, nos habíamos estado estresando bastante allá con el trabajo, con toda la vida misma”, expresa Mauricio, quien es maestro de profesión, al igual que su esposa.
Con la idea de dejar la tensión de la ciudad y de ser éticos con ellos mismos y con la tierra, tomaron la decisión de “soltar” lo que tenían y mudarse al Municipio de Banámichi, en el Río Sonora, aun con una ligera resistencia de sus hijos.
“En Hermosillo viven las abuelas de nuestros hijos, nuestras mamás, estamos cerca relativamente pero estamos acá en otro ambiente, en otra atmósfera, en otras circunstancias totalmente”, dice Mauricio.
En la panadería que crearon en Hermosillo llegaron a ser más de ellos dos, crecieron hasta ser una empresa de 10 personas, pero decidieron que era momento de volver a donde habían comenzado: Producir sólo lo que pudieran hacer él y su esposa.
Fue entonces que buscaron un lugar donde pudieran trabajar de una forma artesanal, que les permitiera producir en su mayoría con productos que encontraran en la zona donde ahora viven, en Banámichi, Sonora, ubicado a unos 170 kilómetros de la capital del Estado.
El cambio en la forma de pensamiento de Inés y Mauricio es el primer paso en la permacultura, es decir, se requiere dejar de ser un consumidor inconsciente y derrochador de energía, para comenzar a observar los sistemas naturales y comprender cómo éstos funcionan en un ciclo continuo.
En este ciclo natural no se desperdicia nada y todo se aprovecha, por lo que se requiere ser un productor responsable, procesos que la familia ha comprendido.
“En general buscamos un poquito más de tranquilidad, queríamos estar produciendo nuestro pan y venderlo en un sitio que también estuviera un poco mejor en cuanto al clima y a la libertad de estar en exteriores, que es lo que nos gusta mucho de aquí”, indica.
Inés cuenta que la panadería que tenían en Hermosillo se llamaba Tres Piedras, donde hacían un producto saludable, integral, sin azúcar, opciones sin gluten, veganas, mismos que comenzaron a introducir en los pueblos ubicados a la vera del Río Sonora.
Explica que su idea es hacer un producto tradicional y que lo puedan comer personas que tengan alguna enfermedad como diabetes, hipertensión u obesidad, pero que sea rico, utilizando para producirlo energías limpias, hacia lo que avanzarán poco a poco.
“Ahorita usamos un horno tradicional de gas, pero la idea es que esto avance y podamos tener un horno solar, porque Sol es lo que abunda aquí, y si queremos que sea consciente y saludable pues qué mejor que usar energía que sea energía propia de aquí, y del Sol”, comenta.
Los lácteos que utilizan para la masa los compran en los ranchos cercanos, detalla, de ahí ellos mismos preparan el yogur y consiguen el queso con productos locales. Los cítricos los consiguen en la zona y los dátiles, para hacer el relleno de las empanadas lo llevan de Ures.
“Procuramos que el ingrediente sea local, también porque la gente es lo que conoce y aprecia también, el sabor de siempre”, resalta Inés. En un futuro, la familia piensa producir su propio trigo y centeno para enriquecer las harinas.
En los planes de la familia se centra uno de los principios de la permacultura: Crear sistemas estables y productivos que satisfagan necesidades humanas armoniosamente mediante la integración de la tierra con sus habitantes, y con el aprovechamiento de la ubicación relativa y conexiones entre los elementos.
Mauricio agrega que buscaron un nuevo estilo de vivir porque nunca fue su idea crecer mucho con su negocio.
“Creemos que es una especie de trampa porque creces más y te haces más grande y dejas todo lo que empiezas a hacer”, menciona, “aquí el reto es crecer solamente en la medida en que haya mercado aquí para lo que podamos hacer nosotros dos”.
Su idea es un negocio sustentable y autosuficiente, que tenga también un círculo cerrado y que involucre a los habitantes de las comunidades donde venderán su producto, el cual contendrá parte del trabajo que realiza la gente de la región.
Para lograrlo planean fabricar mermeladas y sazonadores para su misma panadería que lleva el nombre de Panaderio, así como para la venta al público con productos que ellos mismos cultivarán o comprarán a rancheros de la zona.
“También tenemos el proyecto de unas gallinas, compramos unas gallinas pequeñas y las tenemos con unos amigos en Los Paredones, para ver si también podemos sacar la producción de huevos semanal que necesita nuestra panadería”, añade.
Inés y Mauricio involucraron a sus hijos, de 14 y 9 años de edad, quienes estudian la secundaria y primaria, respectivamente, en su nuevo proyecto integral de vida. Son ellos, asegura el padre, quienes más extrañan las cosas de la ciudad.
Aunque, agrega, han ganado la libertad de andar en bicicleta, de recorrer los pueblos cercanos, de conocer a otros niños, de regresar a los tiempos de los juegos por las tardes y a no depender tanto de la conectividad y el gasto de otras energías.
“Vemos este cambio positivo sobre todo en los niños que estaban acostumbrados a estar conectados siempre, y aquí llegamos y es estar fuera todo el día, en la bicicleta, o metiéndose a la acequia, subiendo la montaña o corriendo por todos lados porque no hay límites”, señala.
El cambio de vida no ha sido sólo para los niños, sino también para ellos, comenta Mauricio, ya que la gente de pueblo es cálida, abren las puertas de sus casas, les ofrecen café, y la velocidad y el ritmo de la vida es diferente.
“Te invitan a la vida de las personas y está bien suave porque bajas la velocidad, nosotros estábamos desesperados por conseguir vender todo, terminar, pero estábamos dejando de lado eso”, expresa, “conocer a la gente, realmente estar ahí y no andar apurado”.
Mañana: Construye la cabaña de sus sueños.
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