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El Imparcial / Sonora / Historias de vida

Dos continentes, dos culturas, un amor

Una mujer eslovena encuentra en Punta Chueca su vida, la felicidad y el amor en la etnia comcáac

PUNTA CHUECA, SONORA.- Ni la inmensidad de los mares ni kilómetros de amplios territorios o el tiempo pueden impedir que se cumpla lo que el destino tiene preparado en un momento dado para algún ser humano.

Urska Sefic, en su natal Liubliana, capital de Eslovenia, tenía una vida bien trazada, había estudiado diseño gráfico, trabajaba en una televisora como directora, tenía a su cargo tres programas de TV, hacía comerciales y documentales, y enseñaba a los estudiantes lo relacionado con la producción audiovisual.

Con estudios, un buen trabajo, en un país europeo desarrollado porque en lo general tiene un alto nivel de vida, con una economía en crecimiento, parecería que su vida estaba bien establecida.

En sus ratos libres Urska devoraba libros del desaparecido antropólogo Carlos Castañeda, le fascinaba aprender sobre las etnias, sus costumbres, sus ritos, su visión mística del mundo y el universo.

Muchas obras del escritor peruano y naturalizado estadounidense se centraban en la etnia Yaqui y particularmente en Juan Matus, el chamán de la tribu a quien Castañeda lo tomaba como su maestro y guía.

“El miedo, la claridad, el poder y la vejez serán los cuatro enemigos a vencer durante el camino”, le diría el maestro al discípulo, según relata Castañeda en una de sus obras.

Urska cada vez se sentía más atraída por este mundo tan distinto al suyo, lleno de misticismo y espiritualidad, por lo que empezó a acudir a temazcales como se le nombra a las ceremonias ancestrales a base de baños de vapor con fines religiosos o curativos.

Un buen día, en el año 2000, decidió que era tiempo de hacer un cambio radical en su vida, resolvió dejar todo atrás: Su trabajo, familia, país e ir a buscar un nuevo horizonte, sintió que era el tiempo de alzar el vuelo, sí, un amplio vuelo.

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DE EUROPA A KINO

Así fue como viajó más de 10 mil kilómetros, cruzó el Mar Adriático, el Océano Atlántico y llegó ilusionada a Sonora.

Al recordar todo lo que había leído de Carlos Castañeda quiso ver por ella misma esa cultura a la que tanto admiraba el antropólogo, pero en lugar de ir a territorio yaqui, Urska llegó primero a Bahía de Kino.

Al llegar a Punta Chueca y observar la comunidad y su entorno, el azul del Cielo, la belleza del mar, la arena y la unión con el desierto; se podría decir que hubo un amor a primera vista.

Punta Chueca es una pequeña localidad de la etnia comcáac o seri, situada frente a la isla del Tiburón en la que habitan 682 personas, según el censo de 2020.

Sus habitantes viven principalmente de la pesca, el tallado de palo fierro y la elaboración de coritas o canastos tejidos a mano y collares elaborados con caracoles, conchas de mar o huesos de pescado.

Esta población está ubicada a 140 kilómetros de la capital sonorense.

Urska pronto conoció a Francisco “Chapo” Barnett Astorga, el “akokama” o médico tradicional de la etnia comcáac quien le impresionó por sus amplios conocimientos de la naturaleza y su profunda visión de la vida.

En ese tiempo, Barnett Astorga ya era un personaje con prestigio dentro y fuera de la comunidad Seri ya que se le reconocía como el primero en dar a conocer al mundo la tradición comcáac y por ello fue distinguido en 2017 con el Premio Nacional de las Artes y Tradiciones.

ESPÍRITU EXPEDICIONARIO

Luego de estar en Punta Chueca, la inquietud y el espíritu expedicionario de la joven eslovena la impulsaron a viajar por el resto del País.

“En México tengo 21 años, viajaba por todo México, de ‘raite’ andaba, un rato vivía en Jalapa, un rato en Cabo San Lucas, en Veracruz, fueron meses, viajaba vendiendo artesanía.

“Yo aprendí hacer artesanías en México, desde niña yo tenía una conexión con la naturaleza, con los indígenas, con el aspecto espiritual”, comenta Úrsula, su nombre en español, quien actualmente tiene 49 años de edad.

Durante el tiempo que estuvo viajando conoció mucha gente que le enseñó danzas tradicionales como la del “Fuego” y bailables africanos.

Después de años de recorrer el País, volvió a Punta Chueca porque en sus sueños sentía que el “Chapo” Barnett la necesitaba, pero nunca imaginó que este regreso sería fundamental en su vida.

“En esas épocas estaba bailando africano con un grupo de amigas, e íbamos a tener un taller en Tepic, y una amiga se nos adelantó y nos avisó que cancelaron el taller de Tepic y lo iban a mover a Hermosillo.

“Y eso fue justo cuando yo soñé eso, y dije ‘ay no puede ser, vamos para Hermosillo’ y claro, sí vine”, platica.

De regreso en Punta Chueca, conoció al que sería su esposo, Francisco a quien le nombra Pancho; hijo del “Chapo” Barnett Astorga.

“Cuando llegamos, éramos un grupo de mujeres y hombres, danzantes de música africana y los tamboreros, vinimos como 20 personas y nos quedamos en casa de una amiga, él venía con su carro cada rato y miraba; al final se fueron todos y yo y una amiga mía nos quedamos.

“Ese día a mí me robaron la mochila, abrieron mi carpa de campaña y robaron la mochila, la cual me la recuperaron enseguida, pero es ahí cuando llegó Pancho y me dijo: Pues vénganse a mi casa, ahí van a estar seguras y nos fuimos a su casa”.

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SE ENAMORAN

Al irlo conociendo, recuerda, se fue sintiendo cada vez más atraída por él, no sólo por su presencia sino por sus conocimientos, su conversación y su forma de ser.

“Sabía muchas cosas de la naturaleza, nos llevaba a pasear y nos enseñaba muchas cosas de animales, de plantas”, comenta.

Del trato diario entre ambos y su interés por las mismas cosas fue naciendo una relación sentimental, la cual fue creciendo y desde entonces, desde hace once años, la pareja se volvió inseparable.

Aunque en la comunidad ya hay muchos matrimonios entre comcáacs y personas de otros lugares, la pareja es la única formada entre un nativo y una extranjera.

Hoy con sus dos hijos, Francisco Anton, de 9 años, y Zach Vincent, de 8, forman una familia muy feliz en la comunidad de Punta Chueca, acompañados de sus fieles mascotas: 10 perros y una tortuga.

Al provenir de una nación con un buen nivel de vida, una rica historia cuyos castillos medievales son una muestra de esa herencia, situados en bosques y paisajes alpinos; se le pregunta si no extraña o no se ha arrepentido de haber dejado Eslovenia.

“Nunca me he arrepentido de haber dejado el país, nunca, y no quiero volver”, comenta Úrsula entre risas. “No, México es mi país”.

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SIEMPRE EN CONTACTO

El contacto, sin embargo, lo mantiene con su familia, con los que platica muy seguido a través de Facetime.

“Mis papás estuvieron en febrero del año pasado aquí y pues les encantó, les encantó Punta Chueca, les encantó mi esposo, mi suegro, todo les gustó mucho; me dicen: ‘Por fin encontraste lo que buscabas, tu tranquilidad, tu amor’”.

Durante la charla con la pareja, Francisco, de 59 años de edad, aclara que no le gustan las entrevistas, pero comenta que está enamorado de su esposa, pues es una mujer buena y muy especial.

A Francisco lo que más le gusta de Úrsula es su forma de ser.

La abraza con ternura, con ella ha formado una familia y juntos trabajan en un nuevo proyecto, la construcción de unas cabañas para recibir a turistas.

Sentados en el patio de su casa bajo la sombra de un árbol torote, sobre los huesos de una ballena que usan como sillas, Francisco y Úrsula se sienten agradecidos de haber encontrado el amor en la vida a pesar de venir de dos mundos muy diferentes, opuestos podría decirse, pero finalmente no incompatibles.

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