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El Imparcial / Hermosillo / Historia de vida

Sobrevive por el amor a sus hijos y esposa

“Les encargo a mi esposa e hijos”. Fue el breve mensaje que don Jesús Barrios Acedo escribió con el plomo de una bala en el tanque de la gasolina de una pequeña lancha, cuando quedó a la deriva en las frías aguas de la presa La Angostura el 10 de febrero de 1963. Si bien es cierto que le preocupaba su suerte, más lo angustiaba el destino de su familia.

En su mente siempre estuvieron su esposa y los tres hijos que tenía en ese entonces, y es lo que alimentó sus fuerzas e ingenio para amarrarse con la cuerda de la lancha a un brazo y lograr mantenerse a flote durante siete horas, hasta que un cazador vio el bote volcado y a don Jesús a punto de desfallecer por el cansancio.

“Se tiró a las aguas y logró llegar hasta Barrios cuando estaba a punto de soltarse”, dice la nota que publicó EL REGIONAL en esa época.

“Si me muero, aquí me encuentran”, explicó sobre su decisión de amarrarse el brazo con la cuerda, pues él no consideraba que después del accidente fueran a emprender la búsqueda por un vaquero, siendo que había empresarios a quienes el agua “se los había tragado”.

Había salido temprano para acompañar a Paulino Prieto Sánchez, un conocido hombre de negocios de la firma Hunt y Loreto, S.A., de Agua Prieta, junto con Manuel Bannuett y el comprador de ganado Tirey Ford. Don Jesús era el único que no sabía nadar, sin embargo, fue el único que sobrevivió.

A sus 89 años, con un excelente sentido del humor, muy buena memoria y con una fuerza que bien le permite dar un firme apretón de manos a quien lo saluda, recuerda como si fuera ayer el incidente y su sentimiento paternal al pensar también en los hijos del señor Paulino Prieto, quienes sufrirían lo mismo que los suyos si no lograba salvarse.

De ese incidente se hizo un corrido, pero fue tan doloroso para los familiares de los fallecidos que, señala, la esposa del señor Paulino lo prohibió.

“Iba yo a un campamento de turistas para pasar la presa y subirme a un cerro para tapar un poco de cemento porque iban a hacer un represo, y le dije a mi esposa: Alístate, voy a ir a tapar el cemento y cuando venga de allá nos vamos a ir a Agua Prieta, porque tenía dolor de muelas”, relata.

“Cuando llegué al campamento aterrizó un avión con tres personas: Era el señor Paulino Prieto, Arturo Banuett y Terry Ford; los encargados del campo de turistas no estaban ahí, y como yo llegué y llegó Paulino también en el avión, me dijo que lo acompañara a donde iba ir él a entrevistarse con los rancheros, porque tenía una partida de ganado que se la iba a vender al americano”, recuerda.

Y aunque le había dicho que no podía acompañarlo porque tenía que llevar a su esposa con el doctor, él lo convenció.

“Me dijo: Acompáñame a la Angostura y a mediodía que ya me vaya a Agua Prieta yo te voy a mandar el avión para que no batalles y vaya tu familia contigo a Agua Prieta, estaba lloviendo y nevando”, añade.

“Pero no llegamos al destino porque nos agarró una tormenta tan fuerte que de un golpe se llenó la lancha de agua y los tres que, iba yo con ellos se tiraron a nadar; pero como yo no sé nadar, me quede en la lancha, prendido”.

Así fue como estuvo durante horas, en el agua helada y aferrado a apenas a “un pedacito nomás” de la lancha. Las tres personas a las que acompañaba duraron mucho tiempo nadando e incluso, señala, le pareció ver cómo uno de ellos logró ponerse a salvo, pero volvió a entrar al agua.

“Yo creo que ya andaba congelado, porque estaba haciendo mucho frío y los demás, como a las dos horas, ya no los vi, anduvieron nadando, no hallaban qué hacer, ya no podían, y resulta que cuando menos pensé ya no los vi”, recuerda.

“Ya no vi a los que llegaron porque ya andaba más muerto que vivo”, comenta.

“Cuando ya me sacaron, me subieron arriba con el ingeniero y me inyectaron y todo, pero muy mal, casi más muerto que vivo y ya otro día amanecí más o menos bien, llegó el contingente, las autoridades y todos”.

Esa fue sólo la primera parte, había sorteado lo más difícil que era: Sobrevivir al naufragio del bote. Después, fue tratado de neumonía y al ser dado de alta colaboró con las autoridades y buzos de Hermosillo, Tucson y Obregón, en el rescate de los cuerpos.

Luego empezaron los rumores, ya que uno de los tripulantes de esa lancha llevaba dinero en efectivo y un anillo de diamantes cuya factura incluso, guardaba en su abrigo.

Cuando rescataron los cuerpos, los encontraron con todos los objetos de valor y las dudas se disiparon.

¿Y qué pasó con el problema de salud de la señora Emma Lucía?

El incidente tuvo tal impacto en ella, que hasta el dolor de muelas se le quitó.

“El dolor que yo sentía, el miedo que yo sentía por lo que él estaba pasando, ya lo de la muela no fue tanto, fue más el dolor que sentí por la ausencia de él y por el caso (de) él, hasta casi me sentía responsable yo porque me iban a llevar para Agua Prieta, pero no es que me haya aliviado”, aclaró.

Resulta difícil no emocionarse con la plática de don Jesús. Su cuerpo es mudo testigo de las heridas que diversos accidentes le dejaron: En la pierna, en el brazo, un codo, la cadera, el pie, lesiones en la columna, golpes en la cabeza. Hace apenas unos años se cayó y la lesión fue seria, al grado de que los médicos habían dicho a sus hijos que no sabían si volvería a caminar. Pero don Jesús se recuperó y aunque necesita apoyarse en una andadera, camina con soltura en su hogar.

“Me caí de tres metros”, relata como si fuera cualquier cosa, “estaba jalando una lámina de asbesto y se quebró, me fui para abajo, le pegué a la orilla de la banqueta”.

Así, entre los percances y accidentes de la vida, lleva alrededor de 20 intervenciones quirúrgicas.

Don Jesús y la señora Emma Lucía se conocieron en el Rancho “Mesa Bonita”, nombre puesto por los padres de ella. “Así le pusieron porque ella era, no... es muy bonita”, dice él con orgullo.

Su boda fue el 22 de octubre de 1954 y fue la segunda en llevarse a cabo en la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús en Esqueda, Sonora.

De esa unión nacieron sus hijos María de Jesús, Manuel Ángel, Adrián, Paquita e Iris Emma, que les han dado la satisfacción de una gran familia extendida con más de 20 nietos, “y tengo hasta tataranietos”, presume don Jesús.

Empezó a trabajar casi, casi por accidente. Un día un ingeniero hacía un mapa del aserradero y de los lugares donde cortarían los pinos, pero se le vació el tintero e hizo una mancha. “Había muchos trabajadores, era en la noche, y dijo ‘ya eché a perder el mapa’, y arranqué y fui y traje un cuadro de azúcar y se los puse a la tinta, se puso azul el terrón, puse el otro terroncito y quedó seco el mapa”.

“Dijo el ingeniero: Pero mira nomás este muchachito, tanta gente que hay aquí y no se les había ocurrido hacer esto. Desde mañana empiezas a trabajar tú con nosotros, ponle 3 pesos, -el salario mínimo era de 5 pesos-, y pues encantado, tenía 12 años, y ya no dejé de trabajar, hasta ahora que ya no puedo”.

Poco a poco fue escalando puestos hasta llegar a ser el chofer particular del dueño de los ranchos, después vendrían otros empleos y muchas anécdotas.

Una de ellas es cuando perdió un zapato mientras trillaba trigo, pues la máquina “lo jaló”.

“No había dónde comprar otros, y otro día que me dan los zapatos del patrón, ¡unos zapatones, muy finos... Florsheim, me daba vergüenza y escondía los pies cuando iba a visita”, relata divertido.

“Con ellos”, dice cuando se le pregunta cómo celebrará el Día del Padre, “vienen y dicen ellos que me quieren mucho y yo me muero por ellos, porque yo los quiero mucho, a mis nietos y a mis hijos”.

Es por todo lo que ha vivido que este domingo será, como todos los que ha pasado en familia, muy especial.

Hace poco más de 55 años sin saber nadar, y con el clima en contra, pudo haber perdido la vida, sin embargo y aunque muchos hablen del instinto maternal, él es la prueba de que los padres también son capaces de desafiar lo que se presente por el amor a sus hijos, incluso cuando la sombra de la muerte se asoma a su puerta, como ese 10 de febrero de 1963.

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